LOÏE. 11

Una dosis de danza y dramaturgia para reflexionar

Sobre “La mesa” de Mariela Ruggeri y “La luna en la caja” de David Señoran

24 de noviembre de 2022
Disponible en:
Español

La luna en la caja. Dirigida por David Señoran. Intérpretes: Laureano Bentivegna / Valentina Viscido. Diseño de iluminación: Horacio Novelle. Diseño escenografía y vestuario: Alejandro Mateo. Música: Juan Barone. Diseño audiovisual: Euclides Peres y Luis Vallejo. Gráfica: Atmos Label. Producción ejecutiva: Gabriel Cabrera. Asistente de dirección: Virginia Rossi.


La Mesa. Dirigida por Mariela Ruggeri. Intérpretes: Axel Hahn / Jesica Saud / Armando Ressi / Paola Castro. Diseño de iluminación: Horacio Novelle. Diseño escenografía y vestuario: Alejandro Mateo. Música original: J. Cohen / Fabián Kesler, Roberto Massoni (DUAL). Diseño audiovisual: Euclides Peres y Luis Vallejo. Gráfica: Atmos Label. Producción ejecutiva: Gabriel Cabrera. Asistente de dirección: Marcela Chiummiento.  Centro cultural de la Cooperación. Av. Corrientes 1543 CABA. Función 03/11/2022 a las 20.30 hs.

El Centro Cultural de la Cooperación (CCC) presentó La luna en la caja de David Señoran y La mesa de Mariela Ruggeri, propuestas que nacieron como parte del Programa Dramaturgias en la Danza Contemporánea del Centro Coreográfico Sur. Un trabajo de investigación que tomó como base dos obras emblemáticas y a la vez totalmente disímiles: Cajoneando Vidala (1973) de Santiago Ayala y el ballet La Table Verte (1932) del coreógrafo alemán Kurt Jooss. Las obras se presentaron en continua sucesión. La primera en escena fue La luna en la Caja.

He de confesar que asistí a la función con curiosidad, ya que tenía muy presente la performance de Santiago Ayala, quien se ponía en la piel de un gaucho perdido en el monte con su vidala añorando desterrar su soledad. Sin duda tenía un cierto interés por descubrir una propuesta que naciera de esas mismas entrañas. Una vez comenzada la obra, lo primero que llamó mi atención fue el espacio escénico minimalista, solo destacaban dos pantallas unidas en “V” que reproducían otras muchas pantallas de diferentes aplicaciones. Aunque se proponía otro contexto, el de las redes sociales, los “lives”, “emojis” y “likes”, había algo de lo ya conocido que se respiraba en el aire.

En algún aspecto me pareció que el espacio de la obra se había divido en dos niveles, en espacio físico y en espacio de la virtualidad. Entre estas dos esferas, parecía habitar el protagonista intoxicado con su propia redundancia. Este nativo digital no desviaba su mirada de la pantalla, esa era su realidad inmediata y su medio de conocimiento. Hasta que algo asombroso sucedió, la luna encarnó en el cuerpo de una mujer y descendió a su encuentro socavando su soledad, aunque sea por un momento. La danza fue el modo en que se materializó esa unión, esa conexión de lo inesperado. Comprendí que el director había desmenuzado la obra original hasta el último fragmento para volver a encastrar parte por parte y reubicar su sentido.

Más que nunca, pude percibir que la esencia de la obra de Ayala merodeaba en lo dancístico, en lo corográfico había algo de lo folklórico en combinación con lo contemporáneo que se fusionaba a la perfección, e hipnotizaba. Del mismo modo, los acordes musicales me remitieron a la naturaleza y a lo mágico, no encuentro otras palabras para expresarlo, para mí fueron sonidos chamánicos. Me pareció que algo de lo onírico emanaba de la escena y de los movimientos de lxs bailarinxs, que por momentos eran intensos, aunque por otros instantes eran suaves y delicados, casi incorpóreos. Ese encuentro fue tan gratificante que hizo que me perdiera por momentos en esa pieza de baile. Para cuando todo había vuelto a su estado existencial, el ambiente se llenó de los versos de La vengo a dejar (1963) de Yupanqui, cristalizados en la voz de “el Chúcaro” Ayala y en la voz del propio protagonista, a medida que se reproducían en la pantalla imágenes de la obra Cajoneando Vidala (1973). A mi parecer, fue un modo de reafirmación de que “la soledad” era un tema vívido y real, a pesar de que la hiperconectividad digital seguía siendo parte del ser y de la experiencia humana.

Alejandro Carmona

 

Un cambio de clima se propició, y La mesa de Ruggeri brotó en escena. Sin tiempo que perder, surgieron los tintes de un docudrama escénico. Los intérpretes que iban apareciendo en escena desde las gradas y otros que ya estaban sobre el escenario, fueron introduciendo la temática. A modo de enciclopedias parlantes, daban datos precisos sobre el trabajo del bailarín y coreógrafo Kurt Jooss, y de la importancia de su obra más significativa: La mesa verde (1932). Una obra políticamente comprometida que denunció y/o presagió el peligro del movimiento nazi y el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial. Pero la influencia de Jooss no se centró solo en lo temático, ya que emergieron de a poco los principios de la danza teatro (Tanztheater) a los que el coreógrafo le había profesado fidelidad. A lo largo de los tres actos en los que se dividió la obra, los movimientos de lxs performers estuvieron cargados de gestualidad, la mímica pasó a reafirmar la idea y el sentimiento que se pretendía transmitir. También hubo ciertos recursos estéticos, como la sobriedad del decorado con solo una mesa rectangular verde que funcionó como punto de tensión para la acción. Además, esta estrategia escenográfica ayudó a que brillara la danza por sobre lo demás.

Pude registrar un juego de idas y vueltas entre el pasado, el presente y un inevitable futuro que me causó escalofríos. De manera paralela al espacio performático, en las pantallas que habían subsistido de la obra de anterior, se podía visualizar un conteo que registraba las cifras de personas fallecidas por las guerras ocurridas desde la Primera Guerra Mundial. Casi de manera automática me cuestioné ¿acaso no hemos aprendido nada? A medida que observaba, la sumatoria de víctimas, la respuesta a esa pregunta me pareció inevitable y espeluznante. Las guerras siguieron sucediéndose unas tras otras en más o menos escala, con otros protagonistas en los diferentes bandos, pero es la misma muerte. Las guerras, los genocidios, los desplazados y los invisibles conllevan la misma miseria que, en más o menos medida, nos toca a todxs.

Las dos propuestas me resultaron muy diferentes, pero en ambas reconozco un trabajo de relectura y reescritura que puso en contexto tópicos que parecen no agotarse. Dos miradas contemporáneas que conllevan una fuerte referencia y una crítica de nuestra realidad actual, que sin duda debe dejar en el espectadxr cuotas reflexivas. La mesa, por su lado, actualiza los datos mostrando que su denuncia sigue en vigencia y que hay otras “mesas” donde se sigue jugando el destino de la humanidad. La luna en la caja, de un modo más íntimo, desnuda el fenómeno multidimensional de la soledad y las carencias afectivas, ya sean reales o percibidas, que ejercen sus efectos también en nuestra era digital. Ambas soportan cargas temáticas que trascienden épocas, y son dos ejemplos de que la combinación de dramaturgia y danza en su justa medida pueden potenciar y enriquecer la comunicación escénica.

Máximo Parpagnoli

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*Foto portada: Alejandro Carmona

Acerca de:

Erica Beltramino

Como productora de modas, inicia en el teatro under diseñando vestuario y asistiendo en producción y dirección. Actualmente cursa las últimas materias de la Licenciatura en Curaduría en Artes en la Universidad Nacional de las Artes, Buenos Aires. Integra un proyecto curatorial que se apoya, principalmente, en un trabajo de autogestión y de cooperación entre artistas y otros agentes culturales, a fin de construir una red de difusión de mayor amplitud.

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