LOÏE. 11

Danza que vive en la oscuridad, hecha palabra

Sobre "Casi al borde de mí" de Magdalena Casanova y Mercedes Osswald

24 de noviembre de 2022
Disponible en:
Español

Casi al borde de mí, dirigida por Magdalena Casanova y Mercedes Osswald. Texto e interpretación: Magdalena Casanova, Mercedes Osswald. El Sábato Espacio Cultural, José Evaristo Uriburu 763, CABA, Argentina. Función: 24/06/2022. Este espectáculo formó parte del  Ciclo de Boca en boca (2°Edición)- Directora: Victoria Alcalá (junio de 2022).

Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo.
(Wittgenstein. 1961: 115)

 

El escenario que delineó el confinamiento de los dos últimos años reactualiza viejos debates en torno a lo que es o no es la danza. Desde su soporte, el más críptico en comparación con los de las demás artes, hasta la consideración del movimiento dancístico como signado por una ontogenia modernista, las reflexiones inconclusas reviven a la luz de este contexto que irrumpió sin previo aviso, y que sumió al cuerpo en una dialéctica de ubicuidad y de vacío sin precedentes, al menos para nuestra limitada memoria contemporánea.

Sobre tal situación, y ya pasado el confinamiento, se gestó Casi al borde de mí, de Magdalena Casanova y Mercedes Osswald. Se trató de un trabajo paracoreográfico que invita a sumergirse de lleno en antiguos debates y que, con intención o no de polemizar, reactiva especialmente aquél relativo a la posición de universalidad y omnipresencia del lenguaje verbal en relación con las artes no lingüísticas.

***

Sala a oscuras. Así permanecerá durante toda la función.

Solo dos voces femeninas que, en un ida y vuelta de frases en tono de poema, irán elaborando una idea del espacio. Siempre a oscuras.

Una idea de espacio. El de antes, el de las multitudes ingresando a la sala y el de los cuerpos envueltos en murmullos tomando posición en las butacas.

Un sentido de espacio. En concreto, el sentido de espacio escénico que da lugar a preguntas y respuestas en torno a lo que fue y es el cuerpo del dispositivo dancístico, antes y después del largo confinamiento.

  Ahora, estás entrando otra vez a esta habitación llena de mundos,  a esta habitación vacía, ahora.

Antes. Antes, teníamos teatros: filas repletas de cuchicheos absurdos pero estimulantes sobre lo que vendrá, filas de encuentros imprevistos pero esperados, filas de espera expectante. Espera expectante. Espera  expectante.

Antes, teníamos teatros: silencios invisibles, hombros con hombros, carrasperas de último momento, aire compartido, distancias no mantenidas.

***

Ahora, estás entrando otra vez a esta habitación llena de mundos, a esta habitación vacía, ahora.

Estás entrando otra vez a la promesa de un gesto que te haga presente. Estás sintiendo esa curiosidad infantil, esa ansiedad entrenada de quien sabe qué espera, pero no.

 

En la introducción de Agotar la Danza, André Lepecki (2006) refiere que, de la mano de Trisha Brown, La Ribot, Bruse Nauman, Jerome Bel, entre otros artistas “no propiamente bailarines”, una parte de la coreografía estadounidense y europea se puso a la tarea de desmantelar una concepción de la danza circunscrita a una suerte de “flujo y continuidad de movimiento” y a “gente que da saltos”. Para el investigador, tal idea dejaba translucir una incapacidad generalizada-y peligrosa para el futuro de la danza-,e incluso cierta falta de voluntad, para explicar críticamente las prácticas coreográficas de ese momento como experimentos artísticos válidos.

“¿Por qué esta preocupación obsesiva con la exhibición de los cuerpos en movimiento, esta exigencia de que la danza se encuentre en estado constante de agitación? ¿Y por qué ver en las prácticas coreográficas que rechazan esa exhibición y esa agitación una amenaza para el ser de la danza?” (2006: 16).

Lepecki encuentra una respuesta en Sloterdijk, para quien el impulso de la danza hacia una exhibición espectacular del movimiento se convierte en su modernidad. Se trataría, entonces, de la danza subsumida en “el proyecto cinético de la modernidad”.

Hoy, en el actual contexto de pospandemia, resulta tentador volver a estas reflexiones desde una nueva lectura, preguntándonos qué queda luego de estos dos años de ¿inactividad? de este proyecto hegemónico de la danza occidental sostenido largamente en la obsesión por el espectáculo del cuerpo en movimiento.

Ayer a una mano

le quité la distancia

y le pedí que por favor

me delineara

pues no recordaba

mi borde,

mi forma.

 

Una conclusión sintética y temprana podría consistir en: el proyecto y el cuerpo desaparecen. Todo está ahora sumido en las tinieblas. Pues por un momento pareció perderse el abrazo, el tacto y con ellos el afecto, ese motor activo y generador de pulsiones.

Pero frente a esta respuesta un tanto apresurada y ciertamente trágica, el autor de Agotar la danza esgrimiría: Así como el solipsismo coreográfico deviene en un modo de intensificar la crítica y las condiciones hegemónicas de subjetivación, el hombre solitario hace que su habitación deje de ser una jaula y se convierta en un lugar de hipótesis y por tanto un lugar de posibilidad donde algo puede surgir de la nada.

Ya no sé de salas y teatros

me dispongo a caber acá,

prefiero hondamente no saber

a seguir buceando en el sin fin,

en el vacío de imaginar un acto

sin materialidad.

 

Y es que hay en ese acto y en ese vacío mucho de cuerpo y mucho de movimiento. Al menos lo suficiente como para divisar un principio ordenador: “Repensar el tema desde el punto de vista del cuerpo es precisamente la tarea de la coreografía. Una tarea que puede no ser siempre subordinada del imperativo de lo cinético, una tarea que está siempre en diálogo con la teoría crítica y la filosofía” (Lepecki, 2006: 21).

La palabra clave es “experimentación” como condición fundamental para alcanzar “otras posibilidades contemporáneas” que revelen el cuerpo como “organismo, historia y sujeto de enunciación”. En este sentido, Casi al borde de mí es en sí un experimento que lleva a lo coreográfico a ser pensado en y desde sus propios límites y soportado en cuerpos que buscan otras posibilidades, esas que, por un momento, no fueron sino la única opción para seguir haciendo danza.

Este es el modo en que la performance de Casanova y Osswald dan espacio a lo verbal.

“…el nuevo significante que fusiona la danza con la palabra solamente puede mantenerse entero en la medida en que se relacione con la esencia melancólica de lo coreográfico, pues (…) consiste en enlazar el tiempo de lamentación directamente con el tiempo en que los hombres danzan la presencia ausente del otro. Esta danza sucede, no lo olvidemos, en una habitación vacía” (2006:59).

 

Antes de irme quiero ser

y cuando sea…

Quiero caber en esta sala con vos.

 

***

 

 

*El texto en cursivas pertenece a “Casi al borde de mí” (autoras: Magdalena CasanovaMercedes Osswald).

 

Referencias

Lepecki, Andrés (2006) Agotar la Danza. Performance y política del movimiento, Ed. Centro coreográfico Galego, Universitat de Alcalá, Madrid.

Acerca de:

Susana Temperley

Es Doctora en Artes (UNA), especialista en Crítica y Difusión de las Artes (UNA) y en Análisis de la Producción Coreográfica (UNLP), y licenciada en Comunicación Social (UBA). Desde el 2007 es profesora en Semiótica y Teoría de la Comunicación y Semiótica de las Artes en el área de Crítica de Artes (UNA).

Desde hace más de dos décadas, se encuentra abocada al estudio de la relación entre danza y tecnología y sus problemáticas en torno a los lenguajes del arte contemporáneo. Ha publicado artículos sobre este tópico en medios argentinos e internacionales. Es autora del libro Videodanza. Complejidad y Periferia. Hacia una plataforma de análisis de la danza en interacción con la tecnología, 2017, RGC, Buenos Aires y co-compiladora del libro “Terpsícore en Ceros y Unos. Ensayos de Videodanza” 2010, Guadalquivir, Buenos Aires.

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