LOÏE. 06

El cuerpo necesita de la historia para efectuar sus transformaciones

16 de julio de 2020
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Fin del verano

A pocas cuadras del mar. Bajo un intenso calor dorado.

Cuando todos los cuerpos móviles artificiales se paralizaron, solo quedaron los animales sueltos y vivaces; se podían escuchar los perros lejanos y diferenciar cada especie voladora en su trino estridente; las plantas creciendo sin fin y por las noches el inconmensurable silencio debajo de unas estrellas fulminantes que -casualmente- coincidieron con una espectacular alineación de planetas, ni que hablar de la luna que cambió de fases llegando a dar una gibosa creciente, imaginada sobre el mar como en las novelas.

En el fin del verano se precipitaron las preguntas sin respuesta, palabras eternamente repelidas: confinamiento, prisión, encierro, separación, aislar, no tocar, no besar, no abrazar…

Pensé en el cuerpo, inmediatamente, en la palabra “danza”.

Al azar leo: “La unión es, entonces, aquella emoción y la extensión; ambas, presuposiciones heterogéneas. Es el tocar de dos movilidades, o más bien es la movilidad o motilidad propia del tocar: contacto entre intactos».[1]

El cuerpo es todo lo que es.

El cuerpo danza toda su dimensión periférica y todas sus sensaciones.

Muchos extrañan el movimiento. Dicen: estamos quietos, paralizados; sin embargo, parece que el cuerpo se mueve demasiado, palpita, se estruja, habla, grita, sobre todo, grita.

El cuerpo no para nunca. Ni siquiera en la muerte. Somos pura descomposición en un sistema que nos distrae justamente para no ver esa estridencia.

Sthephen Jay Gould lo expresó muy bien: “La historia de la vida no es un continuo de desarrollo, sino un registro interrumpido por episodios breves, a veces instantáneos geológicamente, de extinciones en masa y de diversificación subsiguiente”. [2]

El cuerpo no para de escribir su propia historia. Ahora estamos danzando este momento de extrañeza, una especie de domesticación instantánea a otra manera de estar en el mundo con los otros y con uno mismo.

Me paro frente a las plantas para verlas crecer.

Filmo sus hojas microscópicamente.

Hay unos seres que caminan sobre ellas. Hay un lenguaje ahí.

Ver es un movimiento, involucra el silencio y la quietud, la lectura detallada de cualquier huella invisible.

No hay lenguaje sin cuerpo.

Veo infinidad de pájaros inusuales, nunca había visto tantos juntos,

¿Adónde van los pájaros?

 

Principio del otoño 

Estamos danzando ahora, pero en otra frecuencia, la frecuencia del iris, del oído, del cerebro, del sonido del corazón, la percusión de cada palabra emitida, del dolor, danzamos en un océano de hambre, esa también es una danza.

¿Qué sería de la danza si el cuerpo dejara de transformarse en material frágil, si solo fuera la representación de la tersura o el salto indispensable o el cuerpo estrellándose sobre las paredes, como brillantemente nos trajo al mundo Pina Bausch en su eterna creación?

¿Qué sería si la danza no narrara el universo cotidiano, el hoy: el encierro?

Me acuerdo de una escena preciosa y dolorosa de la película Una bailarina en la oscuridad. Ella está encerrada en un cuarto de metal, en una cárcel de máxima seguridad, y solo puede escuchar sus dedos golpeando el acero y su voz. Sus dedos: percusión y danza, su puerto de vitalidad, su transformación.

“En la danza asistimos al momento en el que el cuerpo, solo, se produce él mismo con su propia sensibilidad: la danza es una intensificación del cuerpo por sí solo, por sí mismo.”[3]

Danzar es participar en un hilo conductor dentro de un espacio cuyo tiempo se mide en sensaciones irrepetibles.

Danzamos también cuando vemos el tiempo pasar.

Se delatan las tragedias. La vitalidad. Y lo invisible.

Mientras tanto, el arce va cambiando de color y perdiendo sus hojas de cinco puntas rojas, naranjas, ocres y verdes.

La lechuga hidropónica resultó y cuatro hojitas están surgiendo de su centro.

Hay una soledad silenciosa, aunque estemos acompañados.

Y la danza continúa en medio de la extrañeza humana.

 

 

 

[1] Nancy, J. L. 2007. 58 indicios sobre el cuerpo. Extensión del alma. Editorial La cebra, Buenos Aires, 68 p.

[2] Gould, S. J. 1999. La vida maravillosa. Editorial Crítica, Barcelona, 357 pp.

[3] Nancy, J. L. citado en Ibis Albizu, “’La danza es una intensificación del cuerpo’ Jean-Luc Nancy”, Teoría de la danza, blogspot, 23 de abril de 2012. Recuperado de: https://teoriadeladanza.wordpress.com/2012/04/23/la-danza-es-una-intensificacion-del-cuerpo-jean-luc-nancy/

Crédito foto principal: Daniela Muttis

Acerca de:

Daniela Muttis

Hace películas y es docente en UNMDP. Su trabajo se inscribe dentro de un arte cuya biología es la generación visible y auditiva de lo humano desconocido, son restos de memorias, conversaciones y sueños de la experiencia vivida. Sus videos, de alguna manera autobiográficos, reflexionan sobre la existencia a través de la observación de los cuerpos en la naturaleza con la invisible costura del montaje.

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