Coreografía arquitectónica de la pausa
El muro está de pie como una roca donde se filtra silenciosa la espera.
La mirada vaga horadando la pared, con sus ansias de circular, de lanzarse al infinito, hacia un pensamiento imposible de atrapar. El movimiento huye por las líneas de fuga. El movimiento es fugitivo, no puede ser capturado.
La danza sucede en los intersticios.
Por un resquicio de luz se filtra el tiempo como el ánima que alumbra a los objetos. Se desprende de Urano, dios del cielo, “el que está en la posición más alta”. Entra con una violencia silenciosa y estalla en millones de esquirlas. Segundos infinitos caen como el polvo de las cosas: en cualquier rincón.
El tiempo nos arrasa.
Se acumula en el espacio. Pero, ¿qué es el espacio?
¿Sólo una distancia entre los objetos, entre mi cuerpo y los otrxs cuerpxs? ¿O es un vacío que no se puede atravesar?
Un vértigo, una fiesta electrónica llena de anfetaminas en la boca del estómago, o en la punta de los dedos.
El espacio es lo que danza del otro lado del muro. Un vacío amplio que me invita a saltar como un agujero negro. Un campo magnético que me hace orbitar como naúfragx.
Cuando estoy al borde nunca logro reconocer la diferencia entre límite y umbral.
El espacio es la espera del baile.
Es esa articulación de la rodilla que hace que mis piernas corran, salten, bailen.
Doy mis pasos de este lado del abismo. La danza teje tiempo y espacio: un puente por donde circula mi cuerpo.
Es todo lo que se mueve en esta pausa.
La coreografía que sólo escribo en mi memoria.
El presente nunca duró tanto.
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