LOÏE. 04

Música y programación: jugar con los dos hemisferios cerebrales

26 de September de 2019
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Fabián Kesler es músico, compositor electroacústico (UNQ), diseñador sonoro, programador de sensores para performances multimedia (software y hardware) y docente. Los objetos que habitan su hogar en Almagro materializan sus aficiones varias: un mueble repleto de calculadoras y de relojes pulsera que cada tanto emiten algún sonido y otra repisa llena de cassettes y magazines, y reproductores de sonido varios. El teclado, un sampler, la computadora y los enormes parlantes son los materiales de trabajo que le permiten a Fabián crear los universos sonoros que luego serán habitados por propuestas escénicas, performáticas y coreográficas.

¿Qué relación te parece que existe entre la programación y el proceso creativo?

La programación es una actividad, aparte de técnica, muy artística, porque tenés que imaginar, pensar en lo estético, en cómo tu programa va a convivir con la obra. En mi caso, tengo estudios de músico, de piano particularmente. Tener eso atrás te da background, una cabeza más sensible. Si te quedas solo en lo técnico, te queda un resultado muy duro, hay que jugar con los dos hemisferios cerebrales más complementariamente. Además, trabajar de manera aislada no es lo mismo que varias cabezas aportando, cada una desde su vivencia. Si está todo eso en juego, el Max MSP se potencia. Si no, le falta el lado poético, por eso no nos podemos quedar en una muestra de “cómo soy bueno programando”, ni en una demostración de cómo funciona el software, para eso lo ves en Youtube. Tiene que haber un potencial poético.

Veo entonces que para vos hay algo que tiene que ver con el trabajo colectivo, ¿cómo convive eso con tu labor en solitario como programador?

Claro, son diálogos. Por ejemplo, con las coreógrafas: “quiero hacer esto y esto, tenía esta idea…”. A veces es viable y a veces les digo “esto no te lo resuelve ni Bill Gates”. Ahí sí entra en juego el diálogo. Por caso, cuando Gise Pellegrini me dijo “yo quiero que los bailarines hagan música”, pensé que lo mejor era el celular porque no tiene cable, y así lo fuimos probando de a poco, hubo muchas versiones de Sonata OSC. Luego sí, está el plan solitario. La programación lo es. Cuando me pongo con las variables matemáticas, los condicionales y todo eso a la coreógrafa no le va a servir. Y ahí me quedo siete u ocho horas sin parar programando, probando. Cambiar un objeto que está fallando lleva mucho tiempo, tenés que hacer debug y uno solo tiene que encontrar el error, solucionarlo, reconfigurarlo.

 

 

Y en el caso de la obra de Gisela, Sonata OSC, además de la programación, compusiste la música, ¿no?

Sí, fue una composición de tipo orquesta de cámara, eran diálogos orquestales. Todo tenía que confluir, complementarse en contrapuntos, armonías y ritmos. Fue mucho trabajo. Terminarlo fue como decir “uf, lo logré”. No podés hacer una obra sin estar encariñado con ella, con los coreógrafos. Todos nos retroalimentamos, fue muy lindo.

Los celulares que usaban en la obra eran antiguos… ¿Cómo fue trabajar con ese tipo de tecnología?

Hay cuestiones de precio, de recursos que se ponen en juego. Y también una cuestión de ideología. Por ejemplo, algunos de mis equipos tienen cuarenta años, y ese paradigma de industria era más noble. Es como revelarme contra el hipermodernismo de que todo es usar y tirar a cada rato. Los celulares más antiguos están en etapa puente, duran muchos años. El viejo era más resistente, podías cambiarle la batería, no se rompía la pantalla, etc. Es una lógica muy malvada la de este mercado en cuanto a los “avances”, lo que te agregan en tecnología no tiene sentido ¿Que más se le puede agregar a un celular? Ya tiene todo.

¿El software que usás para las obras interactivas es siempre Max MSP?

Sí, yo trabajo todo con Max MSP desde hace más de diez años. Para lo interactivo sí. Este software, uno de los más utilizados en el mundo desde hace más de veinte años en obras escénicas, permite exportar versiones gratuitas de las plantillas para instalar en cualquier computadora, y su costo es relativamente bajo comparado a otros similares.

Quisiera remontarme un poco a los orígenes. ¿Cómo fue que encontraste esta comunión entre programación y música?

Lo cierto es que siempre me llamaron la atención los aparatos en general. Desde chico me gustó armar y desarmar, con esa curiosidad de gato. Lo mismo me pasó con la música. Me acuerdo cuando en mi casa compraron un órgano, yo era un niño e intentaba sacar “de oído” las canciones que escuchaba. Luego escuché a muchos tecladistas, empecé a tocar de a poquito y me metí en la parte técnica de la música. Al poco tiempo empecé a usar un sampler, como este, que tiene como treinta años: lo conseguí por Mercado Libre en buen estado y es como el que tenía cuando era chico (Ensoniq EPS 16 plus).

¿Y cómo se dio la incorporación de la danza en el binomio?

Eso fue como de casualidad. Comencé haciéndole un dispositivo a un actor para una obra, porque le molestaba que el sonidista le pusiera tarde las pistas. Con un tecladito keypad le hice un dispositivo con el cual él mismo podía cambiar la música en escena. Ya no se tuvo que enojar más con el sonidista. Luego se armó como una red: me ofrecieron una comedia musical y trabajé con la novia de un alumno que es coreógrafa, y una cosa llevó a la otra. Todo fue así, sin buscarlo, y casi sin darme cuenta estaba trabajando con mucha gente del mundo de la danza.

¿Y la aparición de la tecnología interactiva fue un devenir de esta misma red?

Se dio, en gran parte, luego de hacer un curso de posgrado básico, bien técnico, en el -en ese momento- IUNA. Lo daban dos programadores de Max MSP, pero como el software tiene tanto potencial, todo es imaginación. Yo te puedo dar una simple herramienta, pero si tenés una cabeza creativa, le empezás a buscar más vueltas. Entonces empecé a descubrir el programa más a fondo. De a poco fui haciendo links en mi cabeza: como en ese momento ya tenía relación con la danza, cuando me pedían algo de música o diseño sonoro, empecé a proponer lo interactivo, me empezaron a dar permiso y se fue dando. Fue importante mi encuentro, en 2006, en los Encuentros de Coreógrafos que organizó Isse Moyano, con la coreógrafa e investigadora de La Plata, Alejandra Ceriani, porque ella ya trabajaba con tecnología en ese momento. Yo le propuse ampliar la propuesta conmigo y pudimos armar un equipo que al día de hoy sigue vigente. La conocí a ella, así como a otras coreógrafas: Daniela Lieban, Liliana Tasso, Valeria Pagola -ya trabajaba con Gabily Anadon-; con todas ellas, aparte de lo musical, pude trabajar con estos nuevos dispositivos. Fui como una serpiente penetrando en un campo donde el aspecto tecnológico estaba poco presente.

Recién llegado de Bolivia, ¿cómo resultó el taller que dictaste allá? ¿Cómo fue recibida la propuesta?

Fue un seminario-taller bastante intensivo con gente que venía de distintas ramas: teatro, danza, canto, tocar algún instrumento… Estuvo bueno, no tenían ni idea de la tecnología interactiva. Era un público sin conocimiento, fue un desafío ver cómo lograba interesarlos. Se fue armando un grupo con una química buenísima, muy fuerte. Incluso me quedé disfónico por la exigencia y la demanda que tenían de saber. Qué bueno que sería que los que producen traten de viajar, de mostrar, no había nada de arte y tecnología allí: lo recibieron con mucha ansia, querían probar.

¿Y los materiales abordados?

Vimos cómo con una cámara web podías hacer un instrumento, y también con el celular y con un joystick para los que querían hacer danza. Hicimos un laburo de cierre donde hubo un nivel de compromiso buenísimo. Estos chicos eran una tromba, armaron un grupo y quedaron en hacer una obra, entre todos armaron un grupo humano hermoso. Yo lucho para que esto no sea elitista, fue un taller gratuito. Lo valoraron mucho y la gente que tiene más necesidad de saber le suele poner mucha pila. Las clases duraban tres horas y yo me quedaba cuatro sin darme cuenta, esa energía se contagia. Me interesaba dejar una semilla para que sucedieran cosas después.

Recién hablabas de lo elitista. Venía pensando el lugar de la democratización de este saber en relación con la tecnología. ¿Hay posibilidad de hacer algo interactivo con los dispositivos más cercanos?

Sí, claro. En el seminario-taller mostré algunos sensores carísimos europeos. Pero, con un poco de ingenio, les mostré cómo con agua podés hacer que se dispare sonido. Yo aliento eso por mi filosofía de que esto sea accesible a todos. También por la cuestión de la memoria muscular: sabés usar un celular, un teclado, un joystick, la webcam, la alfombra mágica, etc. Todo eso, dado que el Max MSP es un programa muy potente, es posible: cualquier cosa USB que le insertás te lo interpreta, te chupa todos sus valores. Una vez que lo mapeás, podés hacer con eso lo que quieras. Con un poco de imaginación, se pueden emular a veces dispositivos cerrados o caros. La mayoría de los casos los resolví con estos dispositivos más sencillos, sin nada extra. Por ejemplo, con Liliana Tasso hicimos un piso interactivo en las escaleras de la Usina del Arte para el 10° Festival de Danza Contemporánea. Los escalones tenían alambres y las bailarinas una cinta conductora en los pies, y cuando pisaban, activaban fragmentos de “Instrucciones para subir una escalera” de Julio Cortázar

Luego presentaron SPEAK, ¿no? ¿De qué se trata?

Sí. SPEAK es un grupo interactivo que comparto hace más de diez años con Alejandra Ceriani (en performance/movimiento), Fabricio Costa (en visuales) y yo hago lo sonoro. Laburamos interactivamente en escena a modo laboratorio, hacemos obras más bien abstractas, jugando con la idea de que todas las disciplinas se retroalimentan. Es como una especie de jam session de jazz. Armamos una estructura, pero no son obras cerradas, sino que son obras en tránsito, con mucho margen de probar dentro de una improvisación pautada.

¿Cómo era el dispositivo tecnológico de SPEAK?

Alejandra tenía un dispositivo que sensaba los microgestos de su cara. Es un sistema de captación nuevo que trabajamos con gente de La Plata. Ellos nos prestaron los aparatos y nosotros creamos el software. Para esta vez en Bolivia no tuvimos estos sensores nuevos, hicimos una versión distinta de SPEAK. A mitad del año que viene voy a dar un taller para trabajar las posibilidades de estos sensores. Hicimos una versión de prueba en La Plata para una Bienal y nos dimos cuenta de que tiene tremendo potencial. Lo cierto es que dependemos un poco de que nos presten los dispositivos para poder realizar SPEAK.

¿Cómo ves el panorama de la performance interactiva acá en Argentina?

A nivel interactivo no hay demasiado, podría haber más. Parece ser bastante naciente. Aníbal Zorrilla trabaja lo interactivo, Emiliano Causa, también, pero no se relaciona con la danza. Bueno, Gabriel Gendin… De todos modos, acá se hacen muchas obras de cualquier tipo. En Bolivia había una o dos obras, muy poquito. La gente se sorprende por la cantidad de teatros que hay en Capital, todos los días hay cosas. En Bolivia había, solo el sábado, una obra bien clásica, y eso que ahora ellos están mejor económicamente que nosotros. A veces me pregunto, ¿qué pasaría si estuvieras en Europa, con un subsidio de 10000 euros todo el año? Acá te dan dos mangos, poco tiempo, y tenés que resolver todo. En Bolivia daban subsidios de aproximadamente $1.000.000. Pienso cómo acá te tenés que arreglar con nada. A veces no nos damos cuenta de la cantidad de gente que hace cosas. Más allá de la crisis, la capacidad de hacer y el empuje que hay acá es muy valorado afuera.

¿Ahora se está viendo mucho, en lo que a la danza respecta, el software Isadora, lo usaste alguna vez?

Lo usa Anibal Zorrilla, Gabriela Baldoni, dos talentosos programadores con los cuales he trabajado. No lo vi en su potencial a nivel sonido, pero a nivel transformación del cuerpo en paradigmas de computadora está muy bien lo que he podido apreciar de ellos. Quizás es un poco exigente en recursos a nivel hardware. Cuando uno trabaja con un software comercial siempre se depende de las condiciones que te da el fabricante, que además tiene un valor que no es económico. Quizás en lo sonoro está más limitado, pero bienvenido, está buenísimo que haya difusión de estas cosas, que más gente acceda.

¿Qué creés que se transforma a partir de la incorporación te la tecnología interactiva?

Hay muchas aristas ahí, está bueno. Podemos pensar unas cuestiones técnicas. La videodanza o un cd, por ejemplo, es un registro cerrado, está “muerto”: no tiene posibilidad de cambiar nada. Con este tipo de dispositivos interactivos rompés la idea de linealidad. Disparás esos procesos según distintas acciones. Pensando en lo interactivo, esa linealidad se destruye. Lo podés hacer disparar con un gesto cuando querés, como querés. En Sonata OSC, era moviendo los brazos, pero con cuatro posiciones, y nunca una función era igual a la anterior, hay diferencias. El bailarín no se repite textualmente, algo siempre cambiaba. Esto tiene otra vida que nunca vas a tener en algo a lo que le das play y se reproduce siempre igual.

Y en esto de que no sean productos cerrados, ¿hay algo de democrático también?

Sí, totalmente. Además, todas mis programaciones están libres para bajar y modificar, la gente se la baja y la usa para sus obras. Yo siempre apuesto a que todo esto conviva. Cuando la agarra un bailarín o un actor, le da una vida nueva. Me sorprendo siempre. Por ejemplo, Manuel en Sonata tenía el rol guitarra, y él toca la guitarra. El músico es músico todo el día, y lo que él hace ya tiene esa impronta. Ese enriquecimiento mutuo, de que él tuvo que redescubrir su cuerpo y su ser guitarrista fue muy interesante. A Manuel le pasó esto porque tenía una mano y un celular, y la pregunta era ¿Cómo seguía siendo guitarrista? Le encontró muy buenas vueltas al acercarse al programa.

Sí, hay una transformación tanto de la danza como de la música en esta retroalimentación…

Si, exacto. Distinto es cuando la obra está terminada y te llaman para “agregarle” tecnología. Estas cosas, desde el inicio, se tienen que gestar en grupo, todo tiene que ir como una torre que va creciendo a la par. Si me das una coreografía cerrada, va a ser difícil, va a ser como un aditamento, y es un uso muy banal. El coreógrafo tiene que tener un compromiso, ya que su danza estará signada por la tecnología, te tiene que interesar ir hacia esta dimensión desconocida. También hace falta tiempo y ganas, es una nueva dimensión de tu trabajo, como aprender una nueva técnica.

¿Hiciste algún trabajo donde sea el público el que interactúa?

Si, más tipo instalaciones, no de danza. Lo bueno es que el rol del público se redefine. Por ejemplo, en Instrucciones para subir una escalera, la gente podía subir las escaleras al final de la obra. Hice cosas también con generación de videos o alteración de sonidos… Recuerdo una instalación que hice con Alma Edelstein, donde el archivo de sonido era como “la memoria sonora de la humanidad”, Suonocorpo se llamaba, y se activaba aleatoriamente a partir del contacto con el agua. Tenía que ver con los registros akáshicos, con esta idea de que las energías no se extinguen. En este caso, la gente era conducida con los ojos vendados y te metías en otra dimensión sonora.

¿Querés contarme un poco de los libros que estás escribiendo?

Ahora le estoy dedicando mucho tiempo a eso. Estoy escribiendo uno de interactividad para artistas: Práctica tecnológica interactiva para la escena artística. No es un manual, pero sí un libro con mi experiencia, con un lenguaje simple pero profundo. Como no hay un libro que verse sobre eso, quiero hacer mi aporte a la comunidad artística: es una disciplina nueva que no tiene sustento bibliográfico. Mis apuntes me los “autoinvento”, no hay una visión artística de esta cuestión.  Le escribí a la gente de Max y están de acuerdo en hacerlo conjuntamente. También estoy escribiendo un libro de música acerca de nuevos modos de acercamiento y aprendizaje, nuevos estilos y pedagogía en esta particular era, en este siglo XXI, por eso lo denominé Comprender la música en el siglo XXI.

 

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Melisa Alzugaray

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