Qué objetos para qué mundo

30 de January de 2020
Available on:
Spanish
Available on:

Rubios, del Grupo Krapp. Dirección y coreografía por Luciana Acuña y Luis Biasotto. Producción: Paula Russ. Elenco: Luciana Acuña, Gabriel Almendros, Luis Biasotto, Edgardo Castro y Fernando Tur. Escenografía: Ariel Vaccaro. Sonido y música: Gabriel Almendros y Fernando Tur. Vestuario: Mariana Tirantte. Iluminación: Matías Sendón. Prensa: Marisol Cambre. || Film producido por El Pampero Cine y Grupo Krapp. Fotografía: Inés Duacastella. Sonido: Marcos Canosa. Música: Gabriel Chwojnik. Dirección coreográfica: Luciana Acuña y Luis Biasotto. Dirección y Montaje: Alejo Moguillansky. El Cultural San Martin, Sarmiento 1551 CABA, Argentina. Función: 19/10/19.

Para que un espacio social, cualquiera fuera, funcione correcta y ordenadamente, los objetos presentes deben estar íntimamente vinculados a las actividades que se practican allí. O sea, a los sujetos que ocupan ese espacio y hacen uso del mismo. Si observás a tu alrededor, desde donde estás leyendo esto, y detenés la mirada en los objetos materiales que te rodean, seguramente toda cosa allí presente tiene sentido. En la mayoría de los casos la funcionalidad de cada objeto suele ser el motivo que los destina a estar en el orden espacial al que pertenecen. Sirve para, se usan con, reproduce esto o guarda aquello. Sin embargo, es posible también que los objetos sean convocados por su dimensión estética: huele bien, resulta agradable, guarda memorias o simplemente le gustó a alguien y lo dejó ahí.

En Rubios, la última obra del renombrado Grupo Krapp, las funciones objetuales -tanto las prácticas como las estéticas- estallan en un universo ficcional que busca redefinir sus elementos. Al comenzar la función, todos los objetos son llevados para ser exhibidos sobre un plinto en el centro del escenario. A medida que los vamos conociendo, una voz en off introduce las definiciones etimológicas de cada objeto: función, procedencia y, en ocasiones, algunas apreciaciones más a tono personal del locutor. Estas presentaciones anticipan el componente irónico que articulará la totalidad de la obra, al tiempo que determinan a los cinco particulares sujetos de vestuario homogéneo, que a medida que usan los objetos van delimitando y descubriendo sus funciones. Ordinarios y obscenos, habitan y construyen un universo propio donde los objetos están al servicio de las acciones y no al revés.

Sandra Cartasso

¿Los objetos? Una planta de plástico, una canasta de mimbre, una conservadora rota, pelotas de tenis “del patio de Nalbandian”, un mantel cuadrillé rojo, algún que otro instrumento musical, artículos de camping como mojarreras o sombrillas, entre otros. Todos ellos son cargados, ejecutados o destruidos por estos torpes sujetos que se alejan enormemente de nuestras convencionalidades y de esta manera redescubren su entorno.  Mezcla de torpeza e inocencia, son tan brutos e ingenuos que resultan graciosos, al filo de la ternura. Son animales con palabra. O bien, tienen la palabra animalada.

A lo largo de la obra se da una supeditación entre el lenguaje y los objetos. La lengua, la música y el movimiento se valen de los objetos para sus creaciones singulares y refuerzan así la interrupción del estatuto de cada uno de ellos para que sirvan únicamente a la expresión. El movimiento junto con la música -producida en escena por Almendros y Tur- trabajan para pervertir el lugar común de las cosas y se encadenan, rozando lo lúdico, para invitarnos a explorar y descubrir con ellos su orden en desorden.

La obra adhiere, en su combinación de lenguajes, un film realizado por El Pampero Cine. Allí, los rubios exportan de la escena su universo ficcional y salen al mundo exterior en busca de unas vacaciones -su artillería grita picnic y playa- sin dejar atrás sus lógicas absurdas. Invaden la cotidianeidad de un espacio turístico, donde se observa gente descansando en sus vacaciones o llevando a cabo sus actividades cotidianas, y asaltan esos espacios con su disruptivo aturdimiento. Ese cruce entre el ritmo y hacer cotidiano de la gente fuera de escena y el de los rubios pone de relieve la propia construcción de sí mismos en desajuste con ese otro, no menos construido, mundo.

Y como toda reestructuración de orden, amplía y reedifica las lógicas jerarquizadas del sentido. Los rubios (ninguno tiene el pelo blondo ni nada semejante) no son solo esos sujetos extrañados, rudos y bruscos que se comunican con gritos y golpes, sino también los rasgos impresos en sus objetos, en su colección de experiencias, sus producciones musicales y sus entorpecidos vínculos: todo su mundo configurado. Cada gesto, cada choque, cada balbuceo, patada, golpe y caída rompen el sentido habitual y elaboran un absurdo. Y ante su producción de sentido descabellada o incongruente, me pregunto ¿dónde reside lo coherente en nuestro propio modo de vivir? Ese orden espacial que te rodea mientras lees esto ¿da cuenta de los sujetos que habitan ese lugar o de las acciones que ahí se llevan a cabo? ¿Habilita otros posibles usos? Quizás un grupo de cinco torpes sujetos “absurdos” logren construir un mundo “absurdo” más adecuado para sus cualidades “absurdas” y con más sentido “absurdo” que el que nosotros nos construimos como lógico, ordenado y práctico, como si algo de eso fuéramos.

About:

Daniela Scardella

See this author posts

Other articles
Otros Artículos