LOÏE. 08

Danza-tec / low-tec, esa es la cuestión

Entrevista a Alejandra Ceriani

2 de abril de 2021
Disponible en:
Español

En el contexto pandémico y aislado de 2020, y estimulada por la cursada del posgrado Tecnopéticas/Tecnopolíticas Latinoamericanas dirigido por Claudia Kozak en FLACSO, realicé esta entrevista a Alejandra Ceriani. Si hay alguien en Argentina que encarna cabalmente el concepto de danza-tec, aquella cambiante y siempre ilusoriamente novedosa relación entre danza y tecnología, es esta Doctora por la UNLP (Universidad Nacional de La Plata).

Ceriani es una persona tremendamente inquieta, trabajadora y persistente. La conozco desde el primer Festival Internacional VideoDanzaBA, año 1995, en el Centro Cultural Rojas de la UBA (Universidad de Buenos Aires). Y en absolutamente todas las ediciones del festival, Alejandra ha hecho una contribución artístico-académica con humor, aplomo y altas dosis de la paciencia necesaria para lidiar con el elemento “low” de la “tec” vernácula.

Desde sótanos de dudosa condición sanitaria hasta laboratorios ultra sofisticados, desde la pampa húmeda hasta el altiplano, la Ceriani corre y recorre llevando adelante sus proyectos, intercambiando con pares, estableciendo equipos de trabajo y sin una pizca de amedrentamiento ante científicos y técnicos de distintas procedencias que se manejan con códigos muy distintos a los de las artes escénicas. El acto de “tocar timbres” la enorgullece, al tiempo que evidencia un costado lúdico que es esencial a todo artista.

Aquí nuestra conversación.

Me interesa saber sobre tus experiencias mixtas o híbridas respecto a la tecnología, o lo que podríamos llamar “tecnopoéticas”.

Cuando trabajo con tecnología no pienso un tema o siento algo que decir. A mí me pasa que quiero experimentar. Me gusta tocar el timbre de lugares donde nadie lo espera, ver qué está pasando ahí y dejarme sorprender. En ese sentido, me es difícil considerarme “artista”. Por ejemplo, de la Bienal de Performance jamás me llaman, claro, porque yo no laburo así. Es como si no encajara, y a la vez, no me importa (se ríe), porque tengo el deseo de ir por lugares más inhóspitos, donde no sabés bien qué estás haciendo, pero sabés que es ahí.

¿Qué pensás acerca de Speak como obra, respecto de su proceso? ¿Pensás que la compañía creó una cantidad de obras o es una misma obra desarrollada en el tiempo?

Le das en el clavo. Justo pensaba en esto el otro día. No suelo mostrar material mío en las clases de la maestría, pero justo en este contexto es inevitable. La otra vez estaba buscando trabajos de performance interactiva y me di cuenta de la cantidad de videos de Speak que hay. Depende del año, hacíamos variaciones. Arrancamos con una cuestión que combinaba los dispositivos, los niveles de programación que podían tener Fabricio (Costa Alisedo) y Fabián (Kessler). Para mí era como entrar en una sala de juegos diciendo: “a ver qué puedo hacer con esto”. Y eso hacía que, si bien no había cambios radicales, la propuesta se iba deslizando, siempre era distinto. Por ejemplo, no es lo mismo una webcam que una cámara de vigilancia: te dan posibilidades distintas a nivel corporal, espacial y temporal, si se quiere. Esas cosas me generan cuestiones distintas en el cuerpo, movimientos e historias diferentes. Como cuando fuimos a La Plata, al viejo espacio de la Facultad de Astronomía. Había un telescopio y estaba lleno de ruidos (cuando se abría el techo, el crujido del piso de madera, etc.) que provocaban muchos estímulos. Otro día fuimos al nuevo planetario -donde no vomité de casualidad, estaba descompuesta y seguí hasta el final-. Esas variaciones o deslizamientos las daba el contexto, el dispositivo, los estados del cuerpo, y esas cosas son parte del trabajo. No es que “pongo” tecnología porque quiero generar una imagen que “hable de…” o “ir para acá”. Si hay tal o cual cámara, si en la programación o en el dispositivo sucedía una u otra cosa, eso se veía en el resultado final.

 

@alejandroveiga

 

¿Pensás que lxs tres integrantes del equipo de Speak están atravesados por igual por la tecnología?

Fabricio tiene un vuelo matemático y metafísico maravilloso; Fabián es más a tierra. Pero en algún momento siempre coincidíamos, y eso era muy bueno. Después, obviamente, tuvimos diferencias. Sin embargo, en lo que teníamos que estar de acuerdo, lo estábamos y eso era lo más importante. Entre nosotrxs, como artistas de un contexto o generación, me da la impresión de que los relatos o discursos homogenizan mucho. Fabricio se fue a Francia y con Speak estamos en un impass. Acá armé equipo con los ingenieros del LEICI (Laboratorio de Electrónica Industrial, Control e Instrumentación), y ahora estoy trabajando con ellos y es otro universo impresionante en la forma de pensar todo. Ellos también se retroalimentan de mí. Me encanta eso. Ahí no existe la cuerpa, es otro mundo: les interesa lo corporal, pero a mí me atraviesa completamente.

¿Cómo nace esta colaboración con LEICI?

Con el equipo de Speak ya habíamos trabajado con LEICI en La Plata. Unx genera cosas que al otrx le entusiasman, pero bueno no hay dinero… Siempre “de a puchitos” vas comprando y a los chicos les llevó mucho trabajo programar. Todo empezó en México, cuando nos invitan a un festival científico y artístico en San Luis Potosí. Fuimos con Fabricio, y ahí conocí a Oscar que hace “sensado” cerebral y quedamos en contacto. Al año siguiente gané un subsidio de la Universidad y me fui a trabajar con él. Volví entusiasmada para seguir con esto y Oscar (de México) me conecta con la gente de La Plata que yo no sabía ni que existía. Me encontré en un bar con ellos y arrancamos a trabajar, y seguimos hasta el día de hoy. Yo quería hacer el sensado cerebral, pero es muy costoso. De hecho, el año pasado me fui a Entre Ríos a una facultad donde lo hacen, y este año iba a volver, pero se cortó todo. Vamos a ver cómo sigue, pero de ahí no quiero desprenderme.

 

@alejandroveiga

 

Cuando decís sensado cerebral, ¿a que te referís?  ¿Es para trabajar en interactividad con ondas cerebrales?

Sí, y es algo costosísimo. El cerebro es algo increíble. Me pusieron unas pruebas para ver algo y te empiezan a variar las ondas cerebrales. Es impresionante. El cerebro siempre se está moviendo y es muy ambigua la información. Cuando lo probé, la información cerebral me produjo una sensación inesperada.

Hay un tipo de sensor que permite medir lo previo al movimiento, lo que hacen las células cerebrales para poder realizar el movimiento. Entonces, los médicos estudian esto en personas hemipléjicas, por ejemplo. Fue ahí que me enganché con el tema de la discapacidad. Por eso hice un seminario con Susana González Gonz y otro acá, en La Plata. Luego me fui a la Rural porque estaba Demian Frontera, yo ya le había escrito porque me interesaba trabajar con él. Quedamos en el proyecto PAR (Programa de Apoyo a la Realización Artística y Cultural) de la Universidad de La Plata. Finalmente, fuimos con los ingenieros a su casa y todo falló (se ríe).

Eso me interesa… ¿Qué pensás del error, del fallo?

Que es parte de la cuestión. Por eso a esto que hago le llamo performance interactiva, todo sucede en tiempo real. Una vez, había mucha estática en un lugar y los chicos no me dijeron nada. Fallaba todo y no me enteré. “¿Para qué te íbamos a decir?”, me dijeron. El año pasado, en Bolivia, se armó algo maravilloso, a pesar de que a Fabricio se le trababa mucho la computadora. Aquella vez estaban todos re jugados, pero se hizo todo a pulmón y fue una experiencia hermosa. Ahí sí sentís la tecnología y el cuerpo realmente. Esta idea de que todo salga impoluto, perfecto, no existe.

¿Qué pasa con la low-tec? ¿Es una elección o una resignación?

No sé qué haría si tuviera la posibilidad de tener todo, no tengo idea. Por ahí me gustaría, no sé. Aunque siempre tengo la fantasía de un día estar en un lugar donde tenga todo para experimentar y que todo anduviese bien. Por ejemplo, cuando estuve en el posgrado en la UNAM, en un seminario de Robótica Social con Gloria De Mendoza, había dos robots NAO y me encantó. Me hubiera quedado a vivir.

¿Qué hace el NAO?

El NAO es un robot humanoide de la altura de una criatura de 4 o 5 años. Tiene unos movimientos increíbles. Es de creación francesa y creo que lo compraron los japoneses. En México y también Blanca Lee hicieron una obra con el NAO. Yo me quedé con ganas de hacer un proyecto con eso, quería trabajar Feldenkrais con ese robot. Porque es impresionante cómo se mueve.

¿Aprendiste a programar en todos estos años?

No… pero si me veo en algún apuro, lo hago. Hice varios seminarios de programación. Hace un mes hice un curso con Eliana Guzmán (ella es argentina) que programa vestidos, hace moda con sensores. Nos dio un seminario de programación de robótica. Me cuesta, pero me di cuenta de que tengo elementos con los que salir adelante. No es algo que me entusiasme sobremanera tampoco, pero igual quiero saber, quiero entender el lenguaje.

¿Cómo es trabajar con personas que vienen de otras disciplinas, como la ingeniería electrónica? ¿Hay algo de lo jerárquico ahí?

Como en todo, depende con quién trabajes. Si toco timbre en un laboratorio donde trabajan ingenieros electrónicos, la verdad es que no me deben nada. En Speak es distinto, trabajamos hace mucho juntxs. Sí puedo decir que en otras épocas se notaba más que había espacios en los que era común que te digan “a ver, haceme la coreografía”. Ya no sucede eso.

 

@alejandroveiga

 

¿Son todos hombres?

No, en el laboratorio hay una programadora que es de informática.

El asunto del código abierto, ¿en que está? ¿Sigue esa lucha entre el software comercial y el código abierto? ¿Se ha avanzado en la cantidad de gente que pueda acceder a programar?

Sí. Con Emiliano Causa ya vamos cuatro proyectos juntos. Ellos programan todos. Es como si dijeras “ignoro la diferencia” a no ser que lo tengas que pagar. Ahora estamos en un proyecto nuevo que salió en febrero de 2019. Emiliano es director y yo codirectora. Para Emiliano, y para mucha gente, está enfocado a la tecnología y la sociedad. Lo artístico está atravesado. También hay algo que no sé si será por el cruce entre posgrados: por suerte trabajo en la UNTREF y esta visión de la universidad hacia la sociedad te hace partir desde otro lugar para el proyecto artístico. No está esto de “qué quiero decir”. Es otro punto de partida.

Speak no es un proceso meramente artístico: es una investigación artística y académica y eso hace que se dificulte transitar ciertos lugares en los que pareciera que no encajo.

Te movés mucho por el ambiente universitario y por laboratorios, y eso formatea modos de circulación y de creación que también moldean una manera particular de hacer obra, ¿no?

Sí, todo lo que está sucediendo en las plataformas… El FIDEBA (Festival Internacional de Danza Emergente) me gustó mucho, me sorprendió. Está muy bien logrado el formato, la virtualidad y el trabajo con las nuevas formas de hacer obra. Hay maneras de existir ahí y de hacer escena en lo virtual. Prueban, experimentan… Yo hago ejercicios de la maestría de performance por zoom y es así, no hay escapatoria. En toda mi trayectoria como docente de cine me di cuenta de que ahí hay una riqueza tremenda. Trabajar desde Godard, desde Bergman… Eso tiene que generar algo distinto. Pero no le podés entrar a la tecnología por sí misma, porque te congela, te quedás como estatua de sal. Te electrocuta.

¿Sería dejarse “atravesar” y no “hincarle el diente”?

Claro, porque no se trata de bailar, no podés bailar frente a la cámara. No es solo eso, hay millones de cosas más. Se nota mucho cuando sucede que alguien se para a bailar frente a la cámara y es de una ingenuidad increíble, es quedar muy expuestx. Es como ignorar lo que está pasando. Esto es lenguaje: la cámara y lo que está resultando ahí. Si no, estás hablando solx, tenés que aprender a hablar el lenguaje. Tampoco es solo una cámara. En ese sentido, la videodanza siempre fue consciente de la relación entre cámara y cuerpo. La performance también puede ser consciente, como es el caso por ejemplo de Iván Haidar, pero desde un lugar completamente diferente.

 

Acerca de:

Silvina Szperling

Formada en danza contemporánea, incursionó en la videodanza en 1993, género del cual es pionera en Argentina.
Varios de sus cortometrajes fueron premiados: «Temblor» (Mejor Edición de la Secretaría de Cultura de la Nación) y «Chámame» (premios La mujer y el cine, La noche del corto; IMZ/Cinedans, Amsterdam).
Fundó y dirige el Festival Internacional VideoDanzaBA, el cual es miembro fundador de RAFMA (Red Argentina de Festivales y Muestras Audiovisuales) y REDIV (Red Iberoamericana de Videodanza).
Su primer largometraje documental, REFLEJO NARCISA se estrenó en BAFICI 2015, con estreno comercial en MALBA en 2016. La película recorrió los festivales de La Habana (Cuba), Mostra do Filme Livre (Brasil, 4 ciudades), Piriápolis de película (Uruguay), Crear en Libertad (Paraguay) y Rosario, San Martín de los Andes y Santiago del Estero (Argentina), así como proyecciones en CalArts Institute (USA), ICPN (Perú), EICTV (Cuba). REFLEJO NARCISA ganó la Mención especial del Jurado en FEM CINE (Chile).
Silvina dicta clases de videodanza en la maestría de Cine Alternativo de EICTV (Escuela Internacional de Cine y TV, San Antonio de los Baños, Cuba), así como en múltiples entornos artísticos y educativos de la Argentina, América y Europa. Es titular de la cátedra de Crítica de Danza en la UNA (Universidad Nacional de las Artes). Fue crítica de danza de los diarios Página/12 (Argentina) y La Opinión (LA, EEUU), así como las revistas Balletin Dance, Funámbulos (Argentina) y Dance Magazine EEUU)

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