LOÏE. 07

Freestyle Beethoven o sobre cómo “no dejar ir al fantasma”

Sobre "Beethoven V" de Roberto Galván

20 de noviembre de 2020
Disponible en:
Español

Beethoven V. dirigida por Roberto Galván. Intérpretes: Emődi Attila, Gioele del Santo, Kelemen Dorottya, Martina Tizzi, Novák Laura, Plita Márk, Fodor Sára, Forczek Janka. Música: Ludwig van Beethoven. Coreografía: Roberto Galván. Asistencia coreográfica: Kelemen Dorottya, Emődi Attila, María Kuhmichel, Sergio Villalba, Candela Rodríguez, Mauro Cacciatore, Lihuén Fiorotto. Iluminación: Oláh Sándor. Técnica de escena: Engler Imre/FODOR. Teatro GG Tánc Eger. Dirección artística: Topolánszky Tamás. Secretaria ejecutiva: Kiss Alexandra. Transmisión por plataforma Facebook. Función: 23/09/20.

Los corazoncitos que llovían hacia arriba como un modo ya convencionalizado de expresión emotiva y de aplauso virtual, sumado a la traducción, un tanto precaria, de la descripción del evento que me ofrecía Google, anticipaban que lo que experimentaría implicaría una expansión y pérdida de significados.

Al habilitarse el vivo, dos personas se dirigían a lxs espectadorxs que podían compartir el aquí y ahora de la función. Facebook no me ofrecía el audio pero si una toma en plano medio que me permitía atender a los detalles de sus movimientos mientras hablaban. La sincronicidad de sus manos, sus leves movimientos de cabezas, sus miradas detenidas en aquel público me daban a entender que estaban explicando algo. Asumí que estarían dando la bienvenida a la apertura del IX Eger Studio Theatre Dance Festival de Hungría y quizás contando el proceso de producción de Beethoven V. Intenté establecer una equivalencia parcial para resignificar a partir de sus gestos espontáneos ese diálogo. Al escuchar gradualmente el audio, y a pesar de la distancia idiomática, sus tonos fonéticos y la rítmica corroboraron mi imposible traducción. De seguro estarían comentando la particularidad de la obra: la creación coreográfica y los ensayos que se realizaron a través de plataformas de videollamadas y reuniones virtuales. Así, Roberto Galván y el equipo del GG Tánc Eger achicaron 15.000 kilómetros de distancia gracias a la danza, la música y, por supuesto, las nuevas ¿acaso no tan nuevas? mediatizaciones.

Rápidamente, el silencio escénico y un plano picado de cámara me sentaron en lo alto de una grada virtual. La pantalla de la notebook me reflejaba y me permití jugar. Intenté encuadrar mi silueta en gran escala sobre la pantalla iluminada situada al fondo del escenario. Esx otrx (mi reflejo) miraba a lxs espectadorxs desde allí. Reí al advertir que podía verlxs de frente y por detrás desde dos pantallas. Me pregunté si ellxs me verían también…si estarían esperando que haga algo, tal vez que dé inicio a la función. Entonces una voz en off concluyó mi interpretación lúdica y solitaria. Nuevamente, me dejé llevar por la audioperceptiva sin intentar buscar referencias externas, sino atender a las propias cualidades sonoras.

“Tan tan tan taaaan… Tan tan tan taaaan”. Comienza Sinfonía ° 5 de Beethoven, con su por demás resonada introducción-motivo dramático; y con este primer movimiento lxs bailarines y las múltiples tomas de cámara obligaban a adaptar rápidamente la mirada a una propuesta que, desde mi experiencia estética, no terminaba de definirse ni en una obra exclusivamente para cámara ni, claro está, en obra propuesta del aquí y ahora. Pasé de la tensión al reposo gracias a la convivencia comunitaria espectatorial del teatro (mejor dicho, de la memoria emotiva del teatro), del video o cine y de lo musical. La decisión de explotar el gesto “digital” en la transmisión en vivo, aprovechando la posibilidad de perspectivas, corte y transición, me alejaba, me estancaba pero también me permitía habitar el escenario, bailar con la mirada al lado de algunx bailarinx. La experiencia digitalizada me llevaba a atender a la fidelización de la escucha de la Sinfonía, silenciando todo sonido corpo-dancístico.

De igual manera, el efecto coreográfico obligaba. Toda una serie de reenvíos de acción/reacción, propuesta/contrapropuesta, irrupción/interrupción, centro/periferia…Una serie de operatorias de ejecución de movimientos de yuxtaposición, canon, repetición y, si se quiere, cierta parodia, enunciaba la tarea y técnica de coreografiar/ser coreografiadx: pautar-dirigir-ejecutar.

Mientras apreciaba la danza grupal e individual de lxs bailarinxs, asumía que había una coreografía. Visualizaba el proceso, lo difícil de entrar en la órbita de la 5° Sinfonía sin perder la grupalidad pero rescatando lo propio. De hecho, asumir que algo está coreografiado es percibir ese “pasaje” de la instrucción (ya sea verbal, visual, audiovisual o musical) a la representación o simulación a partir de un lenguaje dancístico o de movimiento. Asumir que hay coreografía es comprender que, en el pasaje, siempre hay algo que va a ser diferente, no sustituible, cambiante o multidimensional. Mientras reflexionaba sobre ello y lxs bailarinxs lo dejaban todo y más, el silencio-final del primer movimiento se sumó al drama.

Apareció en escena una bailarina de ballet clásico. Esbocé una sonrisa al ver que  “llegó” en carretilla, y no en una moto, aludiendo al término que describe el segundo movimiento de la sinfonía: “andante con moto”, nuevamente, el supuesto paródico. Y entonces, una persona tomó el lugar de mi yo-reflejo y se proyectó en la pantalla del escenario copiando mi sonrisa, mientras nos y le recitaba a la bailarina con cierta nostalgia irónica un poema fonético. La bailarina se esforzaba por reorganizarse en un suelo que le resultaba frágil. A partir de sus movimientos estilizados y etéreos nos ofrecía su confusión y consuelo. Buscaba, descubría y se perdía entre sus tules. Recorría el escenario entre el reconocimiento, la sonrisa y el desvanecimiento de entre sus manos. Cada tanto, la cámara y yo perdíamos el foco.

A la par de los violonchelos, contrabajos y vientos, el grupo heterogéneo de bailarinxs se distanció cada vez más de aquella bailarina solitaria y aparentemente olvidada. La intensidad de sus bailes freestyleros, sin dejar de lado la técnica, despertaron en mí cierta nostalgia. Comencé a imaginar el sonido de la fricción de sus zapatillas en el suelo, la piel quemando en cada deslizada, el retumbar del golpe al caer, el aire denso y cálido por el calor de los cuerpos, el olor a sudor… ¿Melancolía retro? Comencé a reponer aquello que actúa sin existir físicamente. Mejor aún, y parafraseando a Mark Fisher en Los fantasmas de mi vida, el duelo del aquí y ahora escénico falló; no pude dejar ir al fantasma… el espectro se negó a abandonarme.  Ante la imposibilidad de comprender el idioma, me deslice entre la pérdida y expansión de sentidos que me posibilitaron la imagen, el cuerpo y la musicalidad. Y ante la aserción o pura afirmación de existencia de estas materias, comencé a despegarme de ellas, abriendo sus significaciones. Me situé en un entre indecidible, en el pliegue entre un vivo-pantalla y un vivo- cara a cara. ¿Quizás como una negación a abandonar el deseo de futuro? ¿Un rechazo a acomodarse a los horizontes cerrados del nuevo-viejo realismo capitalista?

Acerca de:

Silene Mozzi

Es licenciade en Curaduría en Artes (UNA). Estudió la carrera de Intérprete en Danza Contemporánea en la escuela Arte XXI y la licenciatura en Composición Coreográfica en Danza-Teatro. Actualmente, sigue formándose con maestrxs independientes y autogestivxs en danza contemporánea, performance y escritura creativa.
Realizó el texto y el guión del cómic Autorretrato es asumirse muertx, publicado en la antología de historieta Marea. Tercer Festival Sudestada de dibujo e ilustración. (2021. Musaraña Editora). Desde el 2012, dicta y coordina clases de entrenamiento y rehabilitación corporal e investigación y análisis del movimiento.

Blog personal:
PIXEL EXTRAVIADO. Escrituras desde el estrabismo:

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