A walk trough the arctic city of Tromsø (Un paseo por la ciudad ártica de Tromsø), dirigida por Fernando Menéndez Carbone. Performance: Anastasia Kupreeva. Sonido: Alex / Mr. Peaks studio. Duración: 14’40. Argentina. Primer premio Festival VideoDanzaBA 2019, categoría argentina; jurado: Iván Haidar / Alejandra Ceriani / Carla Briasco. Premio LOÏE 2019.
La ciudad de Tromsø, una cuidad que esconde los increíbles fenómenos de sol de medianoche y de noche polar. El primero de ellos regala cuatro meses durante los cuales el astro puede verse de manera permanente sin que haya oscuridad plena ningún día (y ninguna noche) del período; el sol recorre la cuidad de manera casi paralela al horizonte, apenas elevado sobre la linea que divide cielo y tierra. Durante el segundo fenómeno, al contrario, el sol no se muestra nunca por un lapso de tres meses. Si esto ya es curioso para nosotrxs, lxs habitantes de latitudes intermedias, ni hablar si encima les cuento que Tromsø es uno de los lugares privilegiados para observar la locura maravillosa de la aurora polar.
Sin embargo, Fernando Menéndez Carbone a través de Anastasia Kupreeva nos invita a mirar la ciudad desde adentro -y hacia adentro- y a descubrir otras de sus mágicas cualidades.
Cae la nieve sobre los locales con techo a dos aguas, sobre la calle ya blanca y sobre su mano desnuda. Las ventanitas de vidrio repartido, las fachadas de colores y los faroles van quedando atrás mientras ella avanza por la ciudad. Una biblioteca es un breve espacio de confort y una excusa para que la cámara espíe a la bailarina que se mueve entre los libros, las estanterías y las lecturas silenciosas. Un estacionamiento, como un túnel tallado entre las rocas de una montaña, se transforma en escenario húmedo e infinito; los autos detenidos son el cuerpo de baile, los que se mueven, sus partenaires; los tubos fluorescentes dibujan la profundidad a contraluz y la cámara acompaña el movimiento y se vuelve una danzarina más a la vez que espectadora privilegiada haciéndonos pasear por los borceguíes negros de Anastasia, por su pelo atado, sus manos enguantadas y su sweater amarillo.
La cámara la trae y la cámara la lleva, por el puente, por la nieve. Con pasos deslizados, cruces de piernas, puntas de pie, pequeños saltos. Sonidos de pisadas, de ese contacto con la nieve de sus propios pies, de los cordones sueltos y de la goma de los autos; se siente la espesura del suelo, su densidad blanda, la textura fría y suave de su superficie.
Cuando llegan a un espacio elevado de la ciudad, la cámara la deja, se transforma en una simple espectadora que se acomoda a una distancia prudente, con sus ojos fijos en la bailarina y en un gran plano inmóvil, blanco y gris. La ciudad es la escenografía, su contraste. La bailarina ensaya un par de developpés, unos port de bras que van mutando de lo clásico a lo contemporáneo. La cámara curiosa quiere ver más de cerca, asoma su cabeza sobre el torso de la bailarina y de pronto ya no es la inmensidad de la ciudad de Tromsø la que alberga el cuerpo de la bailarina, sino su sweater amarillo el que deja ver, al fondo, los techos blancos de las casitas. Sus manos y su cabeza, sus cachetes colorados y sus ojos, recorren espacios: del cuerpo, de la ciudad, del aire frío. Y la cámara deja que la ciudad se acerque, se pegue a los movimientos cada vez más intensos de la bailarina para luego volverse a apartar cuando ella la mira directo a los ojos -y a los nuestros a través de su lente-. La postal reaparece con la bailarina en el centro y su performance termina con una dulce caída involuntaria luego de un salto, como un guiño que deja nuevamente a Tromsø como protagonista.
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