Conocí a Núria Font personalmente en el año 1998 cuando la invitamos a formar parte del Jurado del Festival Internacional de Video-danza de Buenos Aires -hoy VideoDanzaBA- en el querido Rojas (Centro Cultural de la Universidad de Buenos Aires). En esa época, Rodrigo Alonso y yo éramos un sólido equipo de dos personas, pomposamente autodenominados Coordinador y Directora que no dirigíamos ni coordinábamos a nadie, como bien marcó Rodrigo en el documental “Videodanza argentino – 20 años” (de Sánchez, Muttis, Ceriani y Ponce, 2015*).
Ya había leído yo sobre la Mostra de Videodansa de Barcelona en diversos medios afines y en la rudimentaria internet de los ’90 y aún no puedo explicar por qué me impactó tanto esa “s” de Videodansa. Será que me parecía una vuelta de tuerca a una palabra que ya en sí misma era un neologismo, una invención sobre la cual aún se discute en relación a su escritura: si como dos palabras o una sola, si unidas por un guion o no, sobre cuál es su género, “el” o “la”; luego, apareció el nuevo neologismo anglosajón, Screendance, al cual los latinos decidimos no adherir, probablemente porque ninguno de nosotros fue invitado a participar del congreso en el cual se acuñó el término. En fin, eran todas señales de que un nuevo lenguaje artístico había aparecido. Un lenguaje suficientemente rebelde e innovador como para no admitir siquiera una única denominación. Y la escritura en catalán que la “s” denotaba me producía (aún me produce) un especial placer en torno a la posibilidad de rebeldía, autodeterminación y demás derechos y caprichos del artista y del gestor cultural (aun no nos considerábamos curadores o “comisarios”, como decía Núria).
En 1999, Núria y su socia de aquellos años, Elisa Huertas, me invitaron a participar de la Mostra de Videodansa de Barcelona. Retornó el problema del lenguaje: me sentí bastante incómoda y avergonzada por no hablar catalán en mi exposición y también de hacerlo con mi acento tan argentino, tan porteño. Pensé en pedir disculpas a la platea acerca de mi imposibilidad, pero luego me pareció impropio y que podría herir susceptibilidades. Me consolé pensando en los tantos compatriotas que poblaban Barcelona en calidad de exilados políticos y/o económicos en aquellos años, con muchos de los cuales, por supuesto, me reencontré y dichos encuentros se constituyeron en una parte importante de mi viaje a Barna, ciudad a la que por cierto no he regresado… aún. La cuestión es que Núria y Elisa me adelantaron las pesetas correspondientes a mis honorarios (ocupaban literalmente una bolsa) para que viajara a París en el tren Talgo, también a visitar a una compatriota en una travesía que tampoco olvidaré jamás. De modo que curaduría, realización, amistad y compañerismo estuvieron presentes en mi relación con Núria Font desde el minuto cero.
Recuerdo las largas charlas y el tono afable pero muy intenso de Núria, que metía un poco de miedo, y que me causaba una gran admiración su arrolladora figura femenina. Ya había ella conseguido que TV Catalunya otorgara premios y produjera trabajos de videodansa locales que recorrían Europa a través de la tele y de festivales de dance film que en ese momento estaban en alza por allí. Eso era antes del Euro, antes de que existieran festivales de videodanza latinoamericanos más allá del nuestro. Recuerdo cómo mis colegas argentinos (sobre todo argentinas) y yo mirábamos hacia Núria y su figura se veía gigante, eran tiempos en que sentíamos que nunca alcanzaríamos ese estatus profesional como realizadoras ni gestoras.
Al poco tiempo, en el año 2000, nos reencontramos en Wisconsin, en el histórico Dance for the Camera Symposium que organizó Douglas Rosenberg en su universidad. Todos los pioneros norteamericanos de la videodanza estaban allí: ¡hasta Tatley Beatty, el bailarín de Study in Choreography for Camera, de Maya Deren! Rosenberg invitó también a cuatro “internationals”, lo cual resultó en un peculiar cartel europeo-argentino conformado por Steve Brett (The Place, London), Núria, Rodrigo y yo. Recuerdo muy bien los ataques de risa mientras caminábamos por las calles nevadas en busca de alguna diversión urbana extra-simposio que, de hecho, nunca apareció.
Luego, seguimos en contacto remoto. Ella comercializó derechos de mi video Chámame en TV Catalunya y otros lugares, me invitó a cumplir funciones como jurado vía Skype del Festival Reencarnación de la Mostra: IDN Imatge, Dansa i Nous Mitjans y, en 2009, me llamó y me dijo: “¡Voy para allá! Tengo fondos para ir a Honduras, pero por el golpe no se puede. Voy para Argentina.”
El reencuentro convirtió al II Simposio Internacional de Videodanza en una fiesta de la cual participaron también Douglas Rosenberg, Ellen Bromberg, Ivani Santana y la representante local, Margarita Bali. Todo el mundo poniéndose al día con un enorme entusiasmo, congéneres súper activos en gestión, educación, creación en videodanza y danza-tec. Núria, además, presentó al público una deliciosa curaduría de trabajos españoles y recuerdo perfectamente su alegato final sobre por qué los artistas deben cobrar siempre sus derechos, por qué ni la televisión ni internet deben apoderarse de los mismos y por qué nunca debemos trabajar gratis. Muy catalana y aguerrida. Un toro, como escuché a muchos llamarla.
También me contó sobre su lucha contra el cáncer y cómo pensaba que estaba ya superada la cosa.
Cuando me enteré de su muerte, el 21 de octubre, estaba viajando por la ciudad en un colectivo. Era un sábado de sol, por la mañana. Me bajé llorando, caminé llorando las tres cuadras que me separaban de mi destino y llorando me abracé a las personas que me esperaban allí. Simplemente, no podía creer que una vida tan intensa, tan vibrante, tan brillante, se esfumara.
Durante varios días ocupó mi mente esa muerte, sobre todo esa vida. Me comuniqué con amigos en común y con colegas en diversos rincones del mundo y me di cuenta de que ese espíritu gregario, colectivo, que Núria supo cultivar con la defensa del bien común como norte, como pan de cada día, es un legado que nos unía a la distancia. Que nos une, todavía lo siento, a varios meses de su muerte, visitando portales y leyendo comentarios de colegas a quienes no conozco, pero a los cuales me siento unida por esa presencia-ausencia. Por esa sensación, esa intención de comunión.
Hay personas que pueden fundirse en el universo y su estela permanece como faro. Sin duda, Núria Font Solá es una de ellas.
Adiós, querida. Hasta siempre.
Tu amiga, Silvina Szperling.
* Documental “Videodanza argentino – 20 años: https://www.youtube.com/watch?v=1u2wYoLEVu0.