Una lección sobre el tiempo

Sobre Qué azul que es ese mar de Eleonora Comelli

9 de marzo de 2020
Disponible en:
Español

Qué azul que es ese mar, idea, dirección y producción general de Eleonora Comelli. Interpretación: Agustina Annan, Roberto Dimitrievich, Stella Maris Isoldi, Gerardo Merlo. Escenografía: Paula Molina. Iluminación: Ricardo Sica. Música original y diseño sonoro: Ulises Conti. Realización audiovisual y colaboración creativa: Pablo Pintor. Asistencia de escenas: Mercedes Escarutti. Dumont 4040, Santos Dumont 4040, CABA, Argentina. Función: 19/02/20.

Qué azul que es ese mar mueve al deseo de comprender. Sugiere una clave sobre el tiempo, sobre la naturaleza de su “paso” y sus efectos. Una clave escurridiza como la espuma que viene y va, dejando marcas pero inasible al fin.

La obra se desarrolla a partir de un cortometraje realizado por Pablo Pintor con registro audiovisual casero, que se proyecta en el inicio. Muestra hitos en la historia de una familia que incorpora la videograbación a sus vidas a fines de los 60. El padre, Héctor, toma a su cargo la tarea de registrar los destinos vacacionales a los que viaja con Ana, su esposa.

Afectado de maneras que hoy cuesta comprender, ante la proliferación de cámaras y pantallas que componen nuestra vida cotidiana, construye un modo de presentarse a la lente que cruza rasgos de un conductor televisivo con un guía turístico. Describe los lugares que visitan como si los etiquetara para que la imagen capturada pueda oficiar de recuerdo en el futuro.

Ana también toma la cámara. La conduce de otro modo, le habla de otras cosas. La mirada de Héctor marca, sin embargo, lo que ella registra. Su voz señala cómo Ana no despliega un dominio técnico equiparable al de él. La cámara y los modos de usarla, los sentidos involucrados en esta acción, se vuelven elementos de disputa. Y mientras Ana construye una escena que podría resultar idílica, romántica, al decir “Mirá qué azul que es ese mar, Héctor”, con su esposo y las olas de fondo, él no entiende que haga un buen uso del instrumento y le responde “estás diciendo boludeces”.

El altercado podría haber pasado al olvido y las vacaciones registradas con la cámara se habrían convertido en un buen recuerdo. Pero el aparato quedó encendido y tanto la variedad de usos como los juicios de valor y las disputas por el sentido de la filmación se colaron en el registro final. El efecto que produce es el de haber descubierto un revés, haber accedido al detrás de escena de un recuerdo esmeradamente construido y accidentalmente develado como tal.

Frente a una filmación antigua de un evento apenas recordado, resulta claro que vivir es principalmente olvidar y recordar un poco. El registro devuelve, como cacharros que traen las olas, mucho de nuestro olvido bajo el signo del recuerdo. Esto que me pasó, estas vacaciones que emprendí, este viaje que planifiqué: lo he olvidado, y sin embargo ahí está, vuelve a mí a pesar de mí, persiste aunque ya no viva en mi memoria. Es un residuo de lo ocurrido, un despojo, una concha vacía que igual conservo porque algo parece decirme todavía.

Pablo Pintor

La pieza coreográfica que se despliega a partir del cortometraje se adentra en este enigmático mecanismo. Lo hace a través de dos parejas que confluyen: la antigua, joven, y la actual, anciana. La dupla antigua pone en movimiento a sus dobles actuales, los lleva a las poses que adoptaron para la posteridad. Ellos, inertes, resisten por poco tiempo. La cinta que los muestra fugazmente alcanza apenas para un instante de recreación.

También la pareja presente mueve a la del pasado, los aparta y los reúne sin que cobren una vida más que aparente. Y luego se cruzan: el recuerdo de la juventud y el presente, transformado por haber vivido un tiempo marcado en años pero hecho de algo mucho más palpable y fatal. Uno frente a otro, el presente y su recuerdo, generan un impulso por comprender. Qué es la vida que mutó a uno en el otro, qué tiene el tiempo que ver en todo esto.

El audiovisual escatima por momentos el sonido y muestra la inmensa fuerza de las cataratas, silenciosa tanto como intemporal. También en silencio, las gotas de agua se acumulan luego sobre la piel de los cuatro bailarines. Se acumulan como eso que va marcando los cuerpos y que, a falta de entenderlo, llamamos años. “Podría haber sido más, pero es injusto, porque para mí fue suficiente”, dice una voz cuando cesa la música. Se adivina que es Héctor, en una entrevista que fue parte de la realización de la obra coreográfica o de la pieza audiovisual. Un registro de su voz sobre el registro de su vida. Una ola más que trae un guijarro afilado.

Seguramente fue más. La lente ni la mente alcanzaron para captarlo, porque esa vida que transcurre es también, sobre todo, el olvido que permite recordar en parte. Hacia el final de la obra, el agua transforma los cuerpos jóvenes y los de hoy, los hace cada vez más pesados pero también los pone a rodar con las olas, a deslizarse como si no pesaran, a transcurrir y encontrarse. El agua, eso que es la vida, inaprehensible para el calendario, se nos revela en el movimiento.

Acerca de:

María José Rubín

María José Rubin es docente-investigadora por la Universidad Nacional de las Artes (proyecto dirigido por Oscar Traversa) y la Universidad de Buenos Aires. Crítica y periodista especializada para Revista Revol y Ñ. Integrante del Grupo de los Sábados, proyecto de investigación y escritura coordinado por Claudia Groesman. Editora de Videodanza, Complejidad y periferia, de Susana Temperley. Escritora de textos curatoriales para el Festival Internacional de Videodanza de Buenos Aires.

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