Prácticas para la supervivencia, ideada e interpretada por Zafiro Grossi y Lynx Tironi. Escenografía: María Fernanda Neder. Iluminación y registro visual: Dan Pirro. Música original: Carlos Quebrada Vázquez. Asistencia de dirección: Mishquila Bailone. Producción general: Proyecto Conspira. Aérea Teatro, Bartolomé Mitre 4272, CABA, Argentina. Funciones: 1, 8 y 22 de octubre.
- 1. Suspensión: elevación de algo en el aire.
Un cuerpo sostenido y atado por cuerdas nos recibe en el medio del espacio escénico. El atador, Zafiro, se acerca y juega con tomar a Lynx, desplazarse con él hacia algún extremo del espacio y soltarlo, dejando que su propio peso dibuje curvas con cadencia pendular hasta llegar casi a la quietud. El procedimiento se repite y cambia cada vez. Así, somos invitadxs a un ritual erótico y estético. Pienso en la palabra ritual evocando algo de esa disposición circular en el espacio, cuyo objeto de deseo o de invocación solía manifestarse en el centro, un centro que atrapa y cataliza todas las miradas periféricas, siempre afectadas por lo representado. Pienso en el ritual que no te deja salir, nunca, igual que como entraste.
Prácticas para la supervivencia es un encuentro público y a la vez privado, que explora la potencia de los límites (valga la aparente contradicción) del movimiento a partir de la práctica del shibari, la técnica japonesa de bondage.
Una investigación del cuerpo restringido como posibilitador del goce, que halla, en el tiempo tenso por el amarre de las cuerdas, tiempo íntimo y compartido, el fundamento de lo performático.
- 2. Suspensión: detenimiento en el tiempo.
Pasaron 1, 2, 3, 4, 5, 6 y no sé cuántos segundos hasta que pudimos aplaudir. El cierre se demora porque también nosotrxs nos quedamos en ese abrazo final que es contención después de los azotes. Como si nos hubiéramos mimetizado con cada jadeo, suspendidxs en el dolor y en el placer.
La mayoría tardó en levantarse e irse. Yo me quedé al lado de una chica, mirando las cuerdas ya “vacías”, que bailaban un vaivén. Como si hubiera habido un “parate” temporal, y también como si algo de la vivencia del cuerpo sometido se hubiera calado en nuestros cuerpos espectadorxs. De eso no tengo dudas: Prácticas para la supervivencia podría ser entendida como una obra pornoperformática no sólo en tanto su tema, sino también en la suscitación de afectos y reacciones involuntarias en el cuerpo.
- 3. La tercera suspensión
Siguiendo la línea de P. Preciado en Museo, basura urbana y pornografía, entendemos la pornografía como un particular espacio crítico y reapropiante para las micropolíticas de género y sexualidad. Aunque ellx observa en su texto un posporno setentoso, nos sirven sus derivas para dimensionar este género de la cultura como históricamente aliado de la vigilancia del cuerpo excitado o excitable.
Creo que no hay nada como la performatividad de la sexualidad para evidenciar este movimiento crítico hacia los dispositivos de vigilancia de los cuerpos. En Prácticas para la supervivencia, lejos de esa lógica comandada por el pacto heterosexualizante, claro está, lo pornográfico se presenta ahora como lo habilitante. Si saber es poder, mirar y gozar, también.
Como en una puesta en abismo de visibilidades, lxs espectadorxs miramos a quien mira mirar, pero sentimos como si no fuésemos vistxs. Lo performático como dispositivo de visibilidad nos invita a la problematización del género pornográfico tanto como a la producción de nuevas subjetividades.
Prácticas para la supervivencia nos recuerda que el cuerpo y el sexo es campo de batalla (tomando las palabras de Virginia Cano en Ética Tortillera) pero también fuente de placer y de emergencia de innumerables afectos.
*Foto portada: Dan Pirro