Watt, de Leticia Mazur, Inés Rampoldi, Paulino Estela, dirigida por Leticia Mazur, Inés Rampoldi. Interpretación: Emilia Claudeville, Florencia Vecino, Gianluca Zonzini y Leticia Mazur. DJ en vivo: Eduardo Ferrer. Diseño de iluminación: Ezequiel Gómez, Matías Sendón. Vestuario: Camila Milessi, Emiliano Blanco (KOSTÜME). Asistencia de dirección: Ángeles Yazlle García. Teatro El Picadero, Pasaje Santos Discépolo 1857, CABA, Argentina. Función: 31/01/20.
Watt es un acto de arrojo. Durante 60 minutos, al compás de música electrónica en vivo, construye una propuesta estética sólida que pone a prueba la inmensa capacidad de la danza para vincularnos.
El Watt más conocido es el que nos ayuda a saber cuánto brilla un foquito de luz y si es suficiente para iluminarnos como necesitamos. No obstante, Watt es una unidad de potencia, habla de volúmenes de energía que pueden traducirse en lúmenes pero también en un sacudón de corriente si se unen los cables correctos para conmovernos de esa manera.
Semifusas, silencios y arrebatos inesperados componen la trama rítmica de Watt, una suerte de código compartido que permite el diálogo entre las pistas de un DJ y los movimientos de cuatro bailarines. Las luminarias ubicadas de frente al proscenio encandilan al público y recortan las siluetas de quienes danzan con frenesí, dando al conjunto un aspecto de fiesta tecno y estimulando las retinas que trabajarán sin descanso de principio a fin.
Cierto es que se ha criticado largamente la preponderancia del sentido de la vista en el ámbito de la creación coreográfica por la vinculación distanciada que facilita respecto de una obra. En oposición, la kinestesia sería la vía pertinente de apreciación de la danza escénica, que mueve en sus espectadores una fibra muscular que ningún otro arte es capaz de sacudir.
El emplazamiento físico de este sexto sentido, sin embargo, no resulta tan claro como el de sus cinco compañeros más famosos, y serían en última instancia los órganos combinados que alojan el oído, la vista y el tacto (y hasta el olfato, cuando el espacio escénico permite una mayor cercanía) los que reaccionan ante el despliegue de una obra y construyen esa peculiar sensación que produce en nuestro cuerpo un efecto semejante al de estar experimentando en carne propia la velocidad y la intensidad de los movimientos que observamos.
Watt trabaja dedicadamente sobre este mecanismo de contacto remoto. La iluminación frontal y el volumen de la música intervienen como factores que desdibujan la distancia. Las sensaciones que se perciben resultan tan próximas como si la obra se proyectase hacia toda la sala. Así maximizada su capacidad de franquear la distancia hasta el escenario, la vista y el oído se encargan de captar los estímulos necesarios para la kinestesia, que Watt se esmera en aprovisionarles.
What es también una pregunta, una expresión de desconcierto, y la última de una serie de palabras sueltas que suenan en las voces grabadas de Leticia Mazur e Inés Rampoldi, creadoras e intérpretes de la puesta original de esta obra, estrenada en 2004. Igual de semifusas que toda Watt, las frases invocan un momento de creación, con preguntas e inquietudes de una obra “en obra”, que se cuestiona hasta su propia condición: ¿es esto una obra, siquiera?
Pero no es ese el principal riesgo que toma Watt. No corre peligro de confundirse con algo distinto de una obra, o algo previo o incompleto. Watt orquesta minuciosamente los movimientos, las ubicaciones, los colores, el ritmo, las escenas, las energías musculares, los estilos personales y su combinación y contraste. Produce con todo esto formas en sentido amplio, no como meros diseños lineales o dibujos (aunque estos también hagan parte), sino como un marco de inteligibilidad, como la condición necesaria para sintetizar los enormes volúmenes de energía que despliega y sentirlos en el cuerpo; un cuerpo al que no apela como conjunto de órganos disociados, sino como un organismo complejo que se encuentra a una distancia de lo que ocurre en escena muy distinta de la distancia entre su asiento y el escenario.
Watt confía –y ese es su salto de fe, su arrebato más vertiginoso– en la capacidad de la danza para vincularnos. No es una fe ciega, sino una decisión, fundada en la confianza pero realizada mediante una gran destreza, que requiere a su vez de un inmenso trabajo: ensayo, entrenamiento, docencia, esmero para comunicar una idea, para que encuentre su forma. Watt es un estallido de virtuosismo al servicio del tendido eléctrico que posibilita el placer de ver danza, de ver bailar, de ver una obra y sentir su potencia. Genera una conexión eléctrica con el público, la red wireless más antigua que conoce la humanidad. Y por momentos te hace saltar de la butaca.