Un opúsculo iridiscente

16 de December de 2020
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Porque la memoria no tiene parques cerrados,
porque no es la memoria un pergamino, una lápida
o acero, un dorso transitable para buriles,
y también porque un dios ahora olvidado
tuvo una vez para la sed
un vaso, para el llanto un oído
y sin palabras
rebalsó los niveles, desorbitó los cauces
e inundó todo tejido, toda miseria,
algo que llaman vida, soplo, barro,
supura o sangra, pero brilla,
enciende.
Susana Thénon, De Lugares Extraños, 1967.

 

Danzar. Danzas. Danzamos gracias al cuerpo y a las fuerzas extáticas e insondables que lo gobiernan y encienden. Lo saben quienes escriben, lo corroboran quienes danzan y entre ambos mundos, lejos de ser inconciliables, lo dan por verdad que se consuma a la orilla de un escenario y/o texto.

Recorrer los 30 minutos de este audiovisual danzante (y, en este caso,  “danzante” como verbo pleno y no como figura retórica) es cercano a la idea, o metáfora, de escalar la imagen del cielo hasta nuestro más recóndito cosmos interno y volverlo una simbólica cumbre. A medida que avanza el corto que Victoria Alcala (directora) nos presenta y Silvina Biondi, Luz Tripiana (intérpretes) bailan, entendemos, desde la (propia) vibración de la carne conjurada, quién fue Iris Scaccheri, además de bailarina, coreógrafa, escritora y poeta argentina. Una artista con mirada de fuego, manos de viento y pies de agua.

Ella, ánima de constante presencia, aún in absentia, que mientras (baila) vuela es lluvia, mano, hoyo, velada de gala, espejismo y serpiente sagrada que se mueve entre los laberintos de la memoria como letras o silencioso aleteo.

Ella, alma de corporalidad inmanente devenida: Una bailarina de papel.

“Yo no digo yo cuando bailo”

¿Qué diría Iris Scaccheri de la reconstrucción de sí misma que hace el equipo íntegro de la obra cuando va asomando su contorno de efigie perenne, cual fotografía que, en la (in) quietud hilvana ocho danzas que dicen-hacen a la pieza y logran, efectivamente, mediante giros, melodías, castañuelas, contraluces y testimonios en primera persona, poner a los ojos, propios y ajenos, en el centro de la escena? Esta es, o sería, la memoria como columna vertebral de acción y reacción de la historia de las artes del movimiento. Iris mira y nosotrxs a ella cuando lo hace y nos decimos a nosotrxs mismos cuando ella nos dice. Así de mágico resulta, como su paso mismo por la vida.

¿Podríamos afirmar que, cuando vemos, acaso, el enigma de su nombre proyectado en la cabalgata de sus cabellos, la hondonada de sus palabras impresas en su(s) vestido(s) blanco(s), no somos, por un momento, verso, danza y mundo con las retinas hipnotizadas? Podríamos, sí. Porque tenemos esta pieza que tan laboriosa y dedicadamente hizo, y sigue haciendo, a la “Colección Scaccheri”, Victoria, la directora de esta poética biografía.

“Brindis a la danza”

Desde 1948 hasta 1990 los polifónicos relatos y diversas (aunque no tantas) voces de Una bailarina de papel se van enhebrando-yuxtaponiendo y, con ellos, (re) significando en su materialidad. Tanto texturas como formas y reflejos se dan por vistas, o supuestas, entre persianas comunes, luces añiles, brazos (des) articulados, codos como consonantes y lugares usuales -como cocinas o comedores- que narran y renombran a la artista como un actante fantasma o vuelo de ave que se inscribe en la pantalla y nos atraviesa sin permiso, por amor a la danza (en singular o plural, pero inexorablemente infinito), y que transcurre en trancos de tiempo hoy compendiados en celuloide virtual para hablarle al futuro. O, simplemente, decir para siempre.

 

*Todas las imágenes son capturas de pantalla de la obra tomadas por la autora de la crítica.

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Marina Julieta Amestoy

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