Lo que hay luego

19 de July de 2025
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Un gesto amable se desliza en la inminencia del final, dirigida por Julia Gómez y Valeria Martínez. Creación y performance: Victoria Keriluk, Manuela Fraguas, Julieta Priegue, Martina Mora. Composición sonora: Federico Karrmann y Guido Gimigliano. Diseño de iluminación: José Binetti. Diseño gráfico: Jonatan Kluk. Fotografía: Victoria Cozzarín. Producción: Victoria Keriluk, Manuela Fraguas. Agradecimientos: Florencia Cataldi, Ludmila Hlebovich. Función: 17 de mayo. Movaq-Aquelarre en movimiento, Malabia 852. CABA.

 La belleza se alza ante todo el mundo y torna fútil cualquier empeño humano. Ante el brillo del ocaso, ante la llegada de las nubes vespertinas, se esfuman inmediatamente todos esos desatinos sobre un «futuro mejor». El momento presente lo es todo; el aire rebosa de un veneno de color. ¿Qué está comenzando? Nada. Todo concluye.
Yukio Mishima, El templo al alba.

 

Un gesto amable se desliza y nombra las sensibilidades que produce el tiempo escurriéndose en los cuerpos.

Ella está sentada sobre un piso de plástico gris oscuro, apenas una luz cae sobre su cuerpo. Tengo la sensación de que esta obra empezó antes, de que su cuerpo está desde hace mucho tiempo situado en el final.

La superficie irregular se eleva y desciende como una imagen de la agitación del río. El inicio de la obra nos instala en el tiempo que tarda en contemplarse una transformación, mientras crea una atmósfera sobre un colchón sonoro que se desplaza junto a la imagen de ella y el lago nocturno. Sutilezas que se acumulan convirtiendo delicadamente un hundimiento en una metáfora de la permanencia, donde el brillo de una mirada persiste, entreabriendo la realidad con la caída.

Lo humano fue el final, no de la obra. Lo último que quedó fueron los ojos de ella cayendo suavemente, ¿o siendo devorada? El inicio de otra cosa, conformada por el entorno, en el entorno, con lo posible.

Hay un mínimo reflejo lumínico sobre el plástico, piso en el que los cuerpos quedan (con)fundidos y forman remolinos. Los colores del vestuario escalan entre el gris y el negro, e interactúan con el movimiento y el material maleable. Generan texturas de lo hondo y de aguas barrosas. Su ductilidad produce ondulaciones, elevaciones, entre el aire embolsado y los pliegues. Si algo sucede, todo se mueve. Cuando las bailarinas traen hacia sí el material sintético, el espacio se vuelve centrífugo. Al manipularlo, se produce sonoridad. En la casi completa oscuridad, intuyo una lluvia que nunca llega, un goteo de techo de PVC, una inminente caída en el sopor del verano, gruesas gotas que percuten la materia inician, se multiplican, pero nunca llega a llover.  

Victoria Cozzarín

 

Vórtice. El movimiento se repliega hacia dentro, hacia la nada, y expulsa cuadrupedias, tapires trenzados de lomo expuesto, con caídas rítmicas y constantes. Transitan estados de estructuras que sostienen el derrumbe como posibilidad de elevación: el camino hasta estar en bipedestación. Luego hay un rostro, una manifestación de humanidad que se hunde y se eleva en simultaneidad.

Una cueva que respira.

Lo único que queda es contemplar el descenso, y hacer de ese trayecto una composición embellecida del final. En la oscuridad se vislumbra la vida, como un deseo de permanecer contorneado por el reflejo, juego de la luz breve y las sombras.

El tiempo parece deslizarse, ir cayendo suavemente por una pendiente que a cada instante expande el momento venidero. Es una obra que pone en escena una manera de asistir a la duración, agudezas que se despliegan en el tiempo. Contemplamos la  construcción de la noche, el lago, la informe cosa que queda post-algo. 

¿Qué es lo que avanza? Juego de las percepciones. 

La luz fue parpadeando, sugiriendo y yéndose como una caricia suave, mis ojos fueron entrecerrando y abriéndose como una puerta onírica hacia horizontes de intimidad. Se proyectaba una hendidura en la sala, se volvía posible una observación de las formas de los cuerpos invertidos. Brotes, una imagen desvelada en la madrugada más personal, como cuando, estando insomnes, descubrimos lo velado. Allí, las sombras juegan con lo blanco de la luz de afuera. Jugamos al futuro. Son las horas prolongadas, el tiempo de las asociaciones, los desvíos de un cuerpo germinado de ensueños.

Una apertura, una hendija, lo que hay luego. 

El procedimiento compositivo y el dispositivo utilizado muestran una heurística particular de las directoras, se plantea la posibilidad de pensar una persistencia, un modo de acercarse y dar entidad a la sensibilidad. 

Entonces todo cambia. Un informe ser de plástico se manifiesta, recorre el espacio en incómoda cercanía. Mientras contemplamos la cosa que acontece,  también ella, sentada, se dispone a mirar, y en nosotros se expanden las imaginaciones de lo siniestro. La música condensa la atmósfera y, de alguna manera, casi sin saberlo, estamos ante la cueva que respira, ante la roca mineral, la que amanece con la luz precisa de la mañana. Luego, consecuentemente, los azules-perlados de los reflejos minerales quedan grabados, impresos, aún después de habernos ido, ¿o siempre estuvieron allí?.

La obra permanece. Donde estuvo la caída, asciende la creación de una noche insomne, digo yo, y seguramente con luna.

 

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Foto portada: Mercedes Osswald.

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Mercedes Osswald

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