La ira de las sirenas, dirigida por María Kuhmichel. Interpretación: Federice Moreno Vieyra y Matías Rebossio. Asistencia: Florencia Alonso y Alejo Wilkinson. Música original: Pablo Bursztyn. Diseño de iluminación: Omar Possemato. Vestuario: Soynanasoy. Fotografía: Paola Evelina. Diseño gráfico: Julieta Vela. Texto: Michel Capeletti. Teatro del Perro, Bonpland 800, CABA, Argentina. Función: 02/11/18.
En el círculo imperfecto de su universo óptico, la perfección de aquel movimiento oscilatorio formulaba promesas que la irrepetible unicidad de cada ola en sí condenaba a no ser mantenidas. No había manera de detener aquella continua alternancia de creación y destrucción.
Alessandro Baricco, Océano mar
Quizás haya sido el título de la obra lo que me tenía atrapada y sumergida en una sugestión marítima, en un hechizo de agua y sal, pero la vieja pared del Teatro del Perro con su pintura resquebrajada y saltada se me aparecía, en ese momento, de un color celeste gastado y plagado de raras formas blanquecinas que hacían las veces de moluscos, aguas vivas y otros varios seres oceánicos; ahí estaba, para mí, el fondo del mar.
Bajo una luz titilante y un sonido profundo, dos cuerpos trajeados, citadinos, nos esperaban hundidos en ese lecho marino como traspuestos de un lunes, seis de la tarde, microcentro. De pronto, una mano lenta nos dice que el tiempo del acelere ya no existe. Una rodilla que dibuja un arco, un pie que avanza, un isquion que traza un círculo en el suelo, una columna en torsión, un pecho y los rostros sin gesto que aparecen nos cuentan detalles de esos habitantes disfrazados de algo que no les pertenece.
Dos manos, los dedos se despiertan. Los cuerpos se paran, o se van hacia arriba por la inercia de la flotación, caen, o se hunden, y vuelven a pararse. Uno y otro como siendo flotados y hundidos a cada momento.
Los dos trajes ahora avanzan con los cuerpos adentro. Pero, como desprevenidas, las ropas parecen ir quedándose colgadas. Las espaldas empiezan a desarticularse, a despellejarse de esos trapos grises para dejar ver otros colores y formas. ¿Qué dislocan esas espaldas? Otra vez al fondo. Se alejan para volver e ir dejando las pieles viejas atrás, los trajes se deshacen, los pelos cuelgan. Las espaldas se muestran ahora, sus diferentes partes son como innumerables microseres que luchan por salirse por los poros, podemos ver sus bichos internos.
Son dos ahora, verdes y gigantes. Tienen ojos y boca y nariz, sus gestos son cambiantes y pacientes. Todo es verde y parece hermoso, pero no. Se muestran a alguien en algún lugar, quieren ser observados. Parecen estar atravesados por la historia y quizás quieran reconstruirla. Desde dos dedos índices que casi se tocan, siguiendo por sus nudillos, sus manos, sus muñecas, sus brazos estirados uno hacia el otro y que dibujan una línea, crean al hombre nuevamente en una capilla que no es la Sixtina del Vaticano, sino una canina del barrio de Chacarita; construyen una piedad que no es la de una Virgen sosteniendo a su hijo muerto sino la de un hombre hacia otro hombre que se escapa de sus brazos; son otras Venus tapándose pudorosamente sus cuerpos reinventados para volverlos a mostrar luego sin reservas.
Se embarazan, sonríen, sacan músculo, muestran sus curvas provocativas. Dos sirenas imposibles pero existentes se transforman, triunfan, habitan y se hunden en el mar que compartimos todos.