El pulso de la danza

3 de October de 2024
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Díptico entrelazado. Dirigido por Damián Saban. No me dejes caer. Intérpretes:  Constanza Agüero, Camila Arechavaleta, Juan Camargo , Gonzalo Galarza, Gastón Gómez, Juan Manuel Jauregui, Lara Rodriguez, Federica Wankiewicz. Oh soledad! Mi elección más dulce. Intérpretes: Matías Coria, Silvina Pérez, Vicente Manzoni, Andrea Pollini. Asistencia de dirección Vicente Manzoni. Música original: Manuel Saldanio. Diseño de iluminación y operación: Gabriela Barroso. Asistencia de producción: Julieta Rampulla. Coproducción: El Foco Espacio Escénico. Tte Gral J D Perón 1467. Función 14 /09/2024.

Se estrenó Díptico entrelazado, un programa compuesto por dos piezas de danza contemporánea interpretadas por @sabancompania. El grupo performático, bajo la dirección de Damián Saban, presentó No me dejes caer y Oh soledad! Mi elección más dulce. Un viaje de ida por los estados primigenios de la sensibilidad humana.

No me dejes caer

Por un buen rato estuvimos en silencio, de pie en el pasillo de un subsuelo frente a una cortina negra que funcionaba como un velo escénico. Se podía respirar un aire de extrañamiento por la iluminación fluorescente de tonalidad rojiza, opacada apenas por un incipiente humo que fue invistiendo todo y a todxs a su paso. Luego comenzaron los sonidos de un latido inaugural. Decidí adoptarlo como una invitación para escuchar, ver y sentir.

Una vez que se corrió el telón, observé una prolongación del espacio anterior, similar en ambientación. Nos esperaba un bailarín que, a razón de los pulsos maquinales, comenzó a desplazarse por el espacio delimitado por la audiencia. Poco tiempo después, se sumaron otros bailarinxs que, de manera aislada, compartieron el mismo accionar, movimientos mecánicos, casi toscos. Había algo que me remitió a lo primitivo. En ese momento, noté lo cerca que estábamos de ellxs, pero, aun así, nuestra presencia pasaba desapercibida. Pude apreciar en sus expresiones faciales una indiferencia para con su entorno y los otrxs.  

La iluminación convocaba una mezcla de sensaciones como el amor y la pasión, pero también podría incitar al drama, al calor, a la sangre y a la ira. Por otro lado, el sonido inconfundible de un corazón pujante se fue combinando con otros sonidos, el rechinar de un objeto mecánico, gritos, murmullos y respiraciones agitadas. Se conformó así una polifonía musical que culminó en el clímax de la escena. Como es de esperar luego de todo suceso intempestivo, la intensidad disminuyó de manera radical. Lxs performers, esos seres que consideraba como criaturas elementales, se fueron coordinando al son de latidos calmosos para continuar guiando a su séquito de espectadorxs por el viaje dancístico.

Al ascender por unas escaleras, ingresamos en otro territorio, nos ubicamos en unas gradas frente a lxs protagonistas, a la espera de que continúe la acción. Pude percibir otro diálogo entre los cuerpos de los bailarinxs que discrepaba de aquello que había conocido en el subsuelo. Aprecié cómo sus movimientos se fueron complejizando, dibujando diferentes curvas de velocidades e intensidades. En las escenas que se fueron sucediendo se retrataron vínculos genuinos. Un lazo íntimo entre dos personas se fue conformando a partir de abrazos, y fue sostenido por la performance de una pareja protagónica que enamoraba a su público con movimientos pausados, amplios y elegantes, al ritmo de la balada The end of the world. Luego, el sentido de comunidad emergió en un baile grupal contagioso, donde lxs ocho bailarinxs en escena, en total conexión, se movían de manera desenfadada. Algo de lo catártico cruzó por mi mente. El trayecto final me pareció más personal, una bailarina en solitario se adueñó del primer plano para sumirnos en una especie de ensueño sublime. En el desenlace, me inundó un sentimiento reconfortante al advertir la sensibilidad de estos seres frente a mí que se reconocían unxs a otrxs a través de la danza.

Oh soledad! Mi elección más dulce

Me encontraba sentada en las gradas, frente al mismo espacio delimitado por sus paredes oscuras. Recuerdo percibirlo amplio, despojado y algo inalcanzable. Confeccioné una lista mental de mis primeras impresiones que encabecé con la puesta: me vibró impoluta, minimalista. También observé que lxs bailarinxs estaban vestidos con trajes negros de aspecto formal, construyendo un cierto sentido de control, de estructura y de orden. Por otro lado, se escuchaban sonidos lejanos, como de ruido ambiente, silbidos de un viento frío que pretendía envolverme. Había algo ahí que me recordó a los filmes de terror. Luego, la música se agudizó, dando lugar a un estado de tensión, recuerdo pensar que algo desafiante estaba por suceder. La danza apareció en escena y, como una onda expansiva, logró seducirme. Pude darme cuenta de que esas apreciaciones incipientes solo habían rasgado la superficie de la propuesta de Saba.

Comenzada la performance, pude distinguir un contexto de desasosiego emocional. La danza comunicaba un estado alienado que distaba de mis primeras impresiones. Por momentos pude observar la tensión casi persecutoria que emanaba de los cuerpos en estado de alerta. Algo inquietaba, y me cuestioné si acaso el peligro era real o imaginario, y en definitiva, ¿qué tanto importaba? Concebí que cada gesto de lxs bailarinxs desafiaba a repensar aquello en particular que nos oprime el alma. En especial, instancias de soledad donde nuestros pensamientos pueden arrojar luz sobre lo que nos aqueja, o bien hundirnos en la oscuridad permanente.

Los cuatro protagonistas conocían su territorio, supieron manejar el espacio y aprovecharlo en su amplitud. Ponderé el autocontrol de sus cuerpos que contrastaba con sus movimientos, los cuales entretejían una historia inquietante. Por momentos, podía divisarlxs en su individualidad con sus luchas personales. Pero también formaban un todo, una perfecta mezcla homogénea de tintes sensuales. Fue un deleite ver cuando lxs bailarinxs se mimetizaban. Se convertían en sombras que nacían y morían proyectándose entre sí. Especulé acerca del sentido que se iba construyendo en mí, que todo comenzaba y terminaba en nostroxs mismxs.

Creí entender que ambas piezas se podían leer desde esquinas opuestas, como estados disímiles. Pensé en lo que me había generado cada una de ellas. Una brisa vital había venido de la mano de No me dejes caer. Los latidos que iban marcando el desarrollo rítmico de la propuesta daban cuenta de un mecanismo carnal o corpóreo necesario para que se materialice la danza. Pero, a la vez, las palpitaciones me hablaban de algo intangible. Nuestra esencia, la que nos hace quienes somos, determina cómo nos paramos y transitamos en este mundo, cómo entablamos relaciones emocionales, vínculos íntimos, pero también vínculos colectivos que nos sostienen para no caer.

Por otro lado, la segunda obra me había envuelto en un estado anímico diferente. Una fuerza emanaba de los cuerpos danzantes y se percibía como perturbadora, con tonos de desequilibrio. Los movimientos eran agresivos y controlados a la vez, la furia y la calma convivían de tal manera que dicha contrariedad me mantenía cautivada. Ante mí había seres atormentados y confundidos que intentaban entender su entorno, su realidad. No dejo de pensar en la escena donde lxs bailarinxs se enfilan enfrentando al público, desnudxs, sin nada que esconder, con los brazos en alto y el pecho expandido. Me pareció que se perfilaba un convite para sintonizarnos emocionalmente.

Pensar la danza como una invitación a conectar(se) de manera sensitiva a través de los movimientos es la idea que me quedó palpitando. Definitivamente, No me dejes caer y Oh soledad! Mi elección más dulce son dos piezas de un todo. Tal vez sean diferentes travesías, pero al final, pueden plegarse como las tapas de un libro titulado Díptico entrelazado

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*Foto portada: Ale Carmona

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Erica Beltramino

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