Topologías de un cuerpo extendido

Sobre “Parece ser” de Iván Haidar

22 de agosto de 2025
Disponible en:
Español

Parece ser, dirección y performance Iván Haidar. Asistencia de dirección: Soledad Pérez Tranmar. Asistencia técnica: Candela Sindes. Asesoría dramatúrgica: Gustavo Tarrío. Gestión y curaduría: Jimena García Blaya, La Infinita. Centro Cultural Borges, Viamonte 525 CABA. Función: 27/07/2025.

¿Qué lugar ocupa hoy el cuerpo en escena cuando la tecnología no solo lo acompaña, sino que lo duplica, lo mediatiza, lo desplaza? ¿Cómo se redefine la presencia cuando la voz ya no se escucha, sino que se lee, y la mirada no se posa sobre el gesto sino sobre su reflejo proyectado? Lejos de cualquier oposición entre lo humano y lo artificial, la performance de Iván despliega una investigación escénica que ensaya formas sensibles de convivencia entre cuerpo y dispositivo, entre lo vivo y lo mediado.

Lejos de marcar una ausencia, la obra propone una exploración sobre cómo se modifica la presencia cuando se despliega a través de lo mediado. La obra parece indagar en la ilusión de ver(nos), de construir experiencias que habiliten otras formas de mirar(nos). Como si cada soporte —ya sea una pantalla, una publicación digital o una interfaz sonora— pudiera funcionar como un espejo, no para duplicarse, sino para percibirse de manera singular.

La sala es amplia, pero la acción sucede en un sector acotado del espacio, delimitado por algunos objetos —una mesa, dos sillas enfrentadas, una pantalla, una planta—. En ese lugar aparece Iván. No habla. O al menos no como se espera que hable en una relación escénica. El contacto con el público se da a través de otro lenguaje: es la pantalla la que enuncia, la que nombra, la que organiza la acción.

Desde el inicio, la tecnología interviene, no como adorno ni como recurso añadido, es el medio mismo por el cual se construye sentido. Y lo hace en vínculo estrecho con el cuerpo. Un cuerpo presente, activo, que escribe, graba, se proyecta. Un cuerpo que media. La voz se vuelve texto; el gesto, reflejo. La comunicación circula de manera diferida, filtrada, atravesada por capas que reorganizan la percepción.

Lo que se pone en escena tensiona la centralidad del cuerpo. No lo borra: lo desplaza, lo reconfigura. Cuerpo y tecnología se implican, se necesitan. El cuerpo persiste, pero en otro régimen: ya no como eje, sino como interfaz. La performance ensaya una pregunta por ese corrimiento: ¿qué ocurre cuando el cuerpo deja de ser un emisor único y se convierte en mediador? ¿Qué sucede cuando la acción emerge también desde la pantalla, el reflejo, la voz grabada? ¿Cómo se reorganiza la mirada cuando lo que se lee toma el lugar de lo que se escucha, cuando lo proyectado redefine lo que ocurre en tiempo real?

La escena se duplica: frente a Iván, aparece Iván. Sentado al otro lado de la mesa, en la pantalla. Se miran —o parecen mirarse—, se acompañan, se replican. La coreografía es mínima, precisa. Dos cuerpos —uno real, otro virtual— que se mueven en espejo. No hay fallas de sincronía. La ilusión está cuidada, y quizás por eso conmueve. Porque ahí donde podría haber solo artificio, aparece una pregunta: ¿cuál de los dos sostiene el tiempo de la escena?

El cuerpo no desaparece tras la imagen. Al contrario: se amplifica. Se vuelve mecanismo, estructura, detonador. La pantalla no lo eclipsa, lo expande. Lo proyecta, no como una copia, sino como una extensión. Incluso la planta —quieta hasta ese momento— entra en juego: a través de la interfaz, también “habla”. Nada queda fuera de la escena. Todo lo que parecía marginal se integra. La interfaz ya no es frontera, sino tejido.

Pero algo trastoca esa lógica. En un momento, la imagen proyectada muestra a Iván abriendo una ventana. El edificio de enfrente, su sombra, el aire de afuera interrumpen en el interior. Luego, Iván aparece frente a un piano. Toca Claro de luna de Debussy. En la pantalla —que sigue mostrando la ventana— una luna animada comienza a asomar. La imagen sube con la música. Es un instante mínimo, y sin embargo, conmovedor. Algo se suspende. Como si la repetición del espejo se desbordara. Como si ese cuerpo, al tocar el piano, hiciera temblar la estructura.

Parece el final. Pero no lo es. Ahora, quienes aparecemos en pantalla somos nosotres. Sobre nuestras cabezas flotan pensamientos proyectados: ¿de qué va esta obra?, ¿ya terminó?, ¿está pasando ahora o ya pasó? La escena se invierte: lo que antes mirábamos ahora nos devuelve la mirada. La ilusión ya no está solo en lo proyectado, sino también en lo que creemos ver de nosotres mismes. 

Cuerpo proyectado, reflejado, desdoblado: una topología inestable, hecha de desfasajes, de espejos, de extensiones. El cuerpo ya no como centro, sino como superficie expandida, en contacto con otras tecnologías, otros lenguajes. Un cuerpo que se deja atravesar sin diluirse, sin perder su espesor. Un cuerpo que insiste, incluso cuando todo parece mediarlo.

 

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Acerca de:

Nora Moreno Macias

Es Licenciada en Curaduría en Artes (UNA), con posgrado en Gestión Cultural y Comunicación (Flacso). Actualmente forma parte del grupo de estudio y experimentación de curaduría en danza dirigida por Silvina Szperling. Además gestiona el Centro Cultural La Grieta, y es parte de la Cooperativa de Trabajo Cultura Creativa Ltda., que pone el foco en la integración de las artes con la acción comunitaria.

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