Doblar mujer por línea de puntos, dirigida por Margarita Bali. Intérpretes: Gabriela Prado, Margarita Bali. Música: Gabriel Gendin, Gyorgy Ligeti. Iluminación: Eli Sirlin. Vestuario: Julieta Harca, Eliana Kuriss Dick, Mónica Toschi. Realización de escenografia: Raúl Gómez. Video: Margarita Bali. Proyecciones: Margarita Bali. Teatro Payró, San Martín 766, CABA, Argentina. Función: 04/05/19.
(Foto principal: ©Wanda Lopez Trelles)
El público de Doblar mujer por línea de puntos es de un tenor particular. Muchos de los asistentes a la más reciente de sus versiones, la que se presentó en el Teatro Payró en mayo de este año, han sido testigos de varias reposiciones de esta obra desde su estreno en 1995.
Pero hay una diferencia con respecto a ese entonces cuando todos elogiaban la destreza “geométrica” de la performer – una jovencísima y audaz Gabriela Prado- al verla moverse, interactuar y sostenerse sobre esos objetos imposibles y buscar escapar de mil maneras a ese mundo distorsionado y solitario. Hoy, no solo han vuelto las alabanzas a aquel virtuosismo físico que sigue intacto, sino que han aparecido, también, referencias al espesor que adquiere la obra con la novedad del “segundo acto”.
En esta instancia aparece en escena la propia Margarita Bali, y el solo se transforma en dúo y la danza se encuentra en un entrejuego con la crítica, mediante la aparición en pantalla de las publicaciones de los diarios de esos años noventa. También el espacio se desdobla: ya no es solo escenario, ahora también es pantalla. Y allí es donde Gabriela Prado, esta vez digitalizada, va acentuando con ritmo de sintagma las adjetivaciones más elocuentes de la letra impresa.
Y de pronto, todo lo que el público presencia es del orden de lo metatextual: la obra habla sobre sí misma y sobre su crítica, la coreógrafa se refiere a los avatares de su propia creación y la performer, mediante un guiño divertido, hace una observación sobre su cuerpo y el paso del tiempo.
Y es entre esos desenvolvimientos y proliferaciones en niveles diferentes que el tiempo parece plegarse y adquirir espesor. Así, sin detenerse, marca siempre un ahora: lo que fue y lo que es conviven tan asombrosamente como ese cuerpo de espectadores que hoy es capaz de reconocerse a sí mismo como el público, siempre contemporáneo, de este presente sin tiempo.