…ya la muerte encomiença a hordenar
una dança esquiva, de que non podedes
por cosa ninguna que sea escapar.
Poema anónimo, Dança general de la muerte, Castilla, s. XV.
En su tratado El gesto y la palabra, Leroi-Gourhan (1971 [1964]) se refiere, de manera fugaz, a las “danzas de los muertos” de la Edad Media, una forma artística fundada en el sincretismo de tradiciones paganas del norte europeo y corrientes religiosas de Medio Oriente que adquirió fuerza y despliegue en el contexto europeo cristiano entre los siglos XIV y XVI. Según el investigador, esta forma de expresión artística proporciona una profunda resonancia acerca del contraste entre la realidad biológica (donde lo espiritual y lo zoológico se confunden) y el aparato simbólico de la vida social humana. Para Leroi-Gourhan tal concepto era factible en la medida en que se sostenía en un principio simple y lo suficientemente crudo para lograr su propósito: la muerte llama a todos y cada uno de los individuos de todos los estamentos sociales, sin excepción, y los invita a bailar su danza como antesala del final de la vida.
El severo adoctrinamiento acerca de la necesidad de salvar el alma, impuesto sobre sociedades donde la muerte por guerras, pestes y grandes hambrunas era moneda corriente, activó la operatoria iconográfica en soportes literarios y plásticos. De modo tal que las danses macabres fueron reconocidas a partir de la era moderna como el transgénero mediante el que una “cultura de la muerte” se documentó a sí misma a lo largo de tres siglos.
Planteamiento del problema
Mucho se ha investigado y escrito sobre el fenómeno de las Danzas de la Muerte, la Totentanz o Danses Macabres; tales son los apelativos que señalan la radicación del género en las diferentes regiones de Europa, donde proliferó durante la Edad Media.
Sin embargo, dentro del copioso arsenal de estudios y comentarios que se han realizado en el campo académico y artístico sobre este género, la mayoría de los discursos que lo componen, además de dar cuenta de los aspectos pre-iconográficos e iconográficos que otorgan a este fenómeno gran popularidad, presentan algunos problemas en la medida en que se abocan a inferir pistas sobre sus orígenes. Esto último termina por hacer desembocar el esfuerzo y la persistencia de la erudición en un callejón sin salida pues la búsqueda de pistas hermenéuticas finaliza en el momento en que se agota la documentación archivística fehaciente. En este punto, estos caminos de foco retrospectivo se bifurcan: uno de ellos se desprende del método científico y salta a la escala de la opinión especulativa sin pruebas, mientras que el otro simplemente se limita a sistematizar las conjeturas formuladas por el primer grupo, como si estas mismas constituyeran en sí el fenómeno de las danzas.
El hecho es que tales esfuerzos de reconstrucción trazan un posible inicio del género en creencias folklóricas sobre los zurückkommen o revenants (en español: “los que vuelven”), en discursos litúrgicos y sermones a cargo de monjes mendicantes, en las aisladas y misteriosas epidemias de danza atribuidas a casos de intoxicación o envenenamiento (ergotismo y tarantismo). Incluso, en el linde de una desorientación metodológica, se considera como fundamento de las danzas a una cultura de la muerte generalizada y sostenida durante tres siglos.
Las siguientes líneas tienen otro propósito. Lejos de optar por alguna de estas dos bifurcaciones, aquí se pretende dar cuenta del interés que despiertan estas danzas en el marco de los estudios semióticos con enfoque en la vida social de los géneros discursivos y en el de la mediatización de “trayecto largo”. Es decir que consideramos este fenómeno como constitutivo del ser humano en tanto especie biológica. Por lo tanto, abordaremos el camino prospectivo que explora el fenómeno y la pervivencia de las danzas desde su consolidación en la Edad Media como transgénero y, luego, considerando su reflorecimiento como objeto de estudio en el presente, focalizaremos el análisis en casos que convocan a dicho género a través de dos modalidades de expresión propias del arte contemporáneo: el cine y la videodanza.
En esta vía, se buscará dilucidar el rol de la danza en el entramado de sentido producido. Es decir que una de las preguntas que intentaremos responder al finalizar el análisis consiste en: ¿por qué la interpelación de la muerte al vivo es una invitación específicamente a danzar (y no a otra acción)? Y sobre este diálogo performático, ¿cuáles son los modos de su tematización y su pervivencia en soportes, medios y lenguajes a lo largo de los siglos?
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Imagen principal: Digital Afterlives – Dir. Richard J Allen y Karen Perelman- Ciclo Danses Macabres (curaduría de Marisa Hayres y Franck Boulégue (1916). Centre de Vidéodanse de Bourgogne.