Cuando comencé la exploración del libro Universo Bali, lo que vino a mi mente fue, primero, una gran admiración ya que a simple vista es un objeto hermoso, y luego, al adentrarme en sus paisajes de imágenes y palabras, brotó el concepto de autopoiesis.
Hace algunas décadas, Humberto Maturana desarrolló su biología del conocimiento, hoy conocida ampliamente como Teoría Sistémica, cuya base consiste en la constatación empírica de la imposibilidad de distinguir en la experiencia entre ilusión y percepción. Dada esta condición, las investigaciones científicas no son capaces de dar cuenta de un mundo independiente, sino que se limitan a explicar el modo de acontecer de la experiencia de un observador. Un concepto crucial dentro de este ambicioso proyecto, de esta teoría general del conocimiento humano, es el de autopoiesis. La radical envergadura de tal noción consiste en que obliga a mirar bajo otra perspectiva un número elevado de certezas con las que operamos y permite la construcción de una suerte de diseño metateórico, es decir, de una cosmovisión.
En resumidas cuentas, un sistema autopoiético se define por ser capaz de levantarse por medio de sus propios cordones y así constituirse como autónomo respecto de su medio circundante. En otras palabras, es aquel que produce sus componentes a través de su propia dinámica y genera propiedades que viabilizan otras nuevas, tomando elementos del entorno y desechando otros a través de su membrana de permeabilidad selectiva.
Así es Universo Bali, un libro por el que anduve a la deriva observando sus diferentes espacios que se ofrecen en “subsistemas”, sin un orden en particular.
Alejandra Torres compendia el universo de Margarita Bali respetando su ser autopoiético, dinámico y permeable, capaz de reunir mundos aparentemente herméticos. Pero también permite entrever que el modo en el que funciona ese flujo, de un espacio a otro, de un tomar y un desprenderse, no es confortable. Así que no resulta extraño encontrar en una de sus páginas señalamientos tales como “La cosa inquieta, incomoda” (frase de Silvina Szperling quien participa del libro con su crítica sobre Naufragio in vitro), pues estas palabras bien podrían hacerse extensivas a todo este “universo”.
En definitiva, el transcurrir de Bali entre el audiovisual, lo performático y lo instalativo forma un todo contenedor, inclusivo, pero que al mismo tiempo exige un despertar, un animarse a entrar, a jugar y a dejarse burlar. Exige sumergirse y bucear, ser parte en movimiento, a veces, de una forma orgánica y quizás naif y otras, aceptando el desafío de lo fragmentado.
Es dentro de esta cosmología fractal e ilógica en que se presenta el libro, justamente teniendo de partenaire a Escaleras sin fin, la nueva producción de videodanza de Margarita Bali. En esta obra, el juego ilógico inspirado en las paradojas de Escher rompe la posibilidad de una lectura fácil, descansada sobre una única gramática. Tanto en Escaleras sin fin como en la publicación Universo Bali es posible advertir la lógica que define este devenir artístico en tanto ambos son componentes de un universo autogenerado: están determinados por éste y, a su vez, determinan su pervivencia; y – de más está decir- que jugarán un rol importante en el salto hacia un nuevo nivel de complejidad de ese todo que es el arte vivo de Margarita Bali.
El libro expone, asimismo, el modo en que la artista recorre caminos, pone en dialogo y reúne espacios institucionales diversos y cómo, también, ha sido y es capaz de crear otros nuevos, como el emblemático Nucleodanza, logrando a través de los años contribuir con total éxito a la ruptura de muros y a generar, en su reemplazo, membranas permeables al intercambio. En definitiva, Margarita Bali, tal como el título del libro lo anuncia, ha construido un universo con leyes propias, interacciones recurrentes y predisposiciones cooperativas de las que, quienes conocemos y seguimos su obra, de alguna grata manera -que solo la artista podría explicar- formamos parte.
La línea de tiempo que se propone en las últimas páginas y que recoge la vida y la obra de Bali hasta el día de hoy es solo una propuesta narrativa entre muchas otras que tal universo ofrece. No hay causalidades sino entretejidos multidimensionales: una producción de hoy puede leerse desde el arte de ayer y viceversa. El tiempo de Bali es denso, lo suficiente como para poder auto-moldearse de forma semejante a esas bailarinas art déco y art nouveau que componen su colección inacabable, que es, como ella misma, multipremiada.
Es así como se comprende que Alejandra Torres haya decidido enmarcar este espesor artístico entre fragmentos biográficos buscando, quizás, alguna pista que permita aprehender las reglas con las que funciona esto que, de alguna forma misteriosa, crea vida: el universo Bali.