Un impulso que recorre el cuerpo

7 de diciembre de 2018
Disponible en:
Español

Destructivo de un desastre irruptivo, dirigida por Eugenia M. Roces. Idea e interpretación: Eugenia M. Roces. Asistencia de dirección: Juan Salvador Giménez y Mauro Podesta. Asistencia General: Agustina Annan. Espacio Callejón, Humahuaca 3759, CABA, Argentina. Función: 28/10/18. 

Comienza a iluminarse la escena de a poco, parte por parte se devela el cuerpo de la intérprete. Es ella sola. Primero vemos su rostro, está sentada en una silla en el centro del espacio con sus manos apoyadas en sus rodillas. Suenan un contrabajo y una voz femenina en un lamento al estilo flamenco que musicaliza una coreografía de gestos dando inicio a la función. Se trata de un impulso que va invadiendo fracciones del cuerpo escénico hasta hacerlo estallar. Un impulso que comienza  por el rostro y los dedos de las manos: muecas, miradas, ojos abiertos y cerrados, bocas que giran y vuelven, cachetes que se tensan y se estiran al ritmo eufónico de la música. El movimiento desciende lentamente hacia su cuello, luego hacia los hombros y, finalmente, llega hasta sus caderas animando la totalidad del cuerpo. La luz se transforma en movimiento y, desde los laterales de la escena, invade a la intérprete y la multiplica en una proyección de sombras sobre las paredes laterales.

Foto: Carola Etchepareborda

 

 

Una coreografía de gestos discontinuos, interrumpidos, yuxtapuestos nos muestra un rostro que concentra impresiones del mundo exterior y expresiones del interior. La mímesis es sensorial y se sintetiza en cada gesto facial. Vemos un cuerpo convulsionando emociones, sensaciones y reacciones que, ordenadas, conforman una coreografía que exhibe la destreza técnica y la capacidad del cuerpo de ser explorado por impresiones.

 

 

Destructivo de un desastre irruptivo es un unipersonal de danza-teatro interpretado y dirigido por Eugenia M. Roces. Un solo escénico que busca habitar el fetiche, redescubrirlo, singularizarlo y desde allí gritar. El fetiche, como lo entiende Jon Elster, está ahí donde las relaciones sociales crean un valor y luego se ven anuladas, siendo el valor lo que persiste autónomamente. Fetichizar significa darle vida propia a una mercancía u objeto que, constitutivamente, no posee. Si bien un cuerpo tiene la capacidad de sentir placer en las distintas zonas erógenas que lo constituyen, algunas de sus partes son extraídas para significar (valer) independientemente del sujeto deseante que las posee. Como es el caso de las tetas, lolas, gomas, mamas o como se las quiera llamar. Éstas se constituyen como una mercancía que se vende y se compra en internet, en revistas, en la calle y que circulan en el imaginario social. Una mercancía que recibe una carga estética que responde a un ideal de belleza que establece cómo y cuándo deben ser, permanecer, sostenerse, mostrarse o esconderse. Eugenia Roces destruye ese fetiche encarnándolo en una coreografía de tetas con el rostro anulado, oculto, para derivar todas las miradas hacia, justamente, el fetiche.

Las tetas comienzan a moverse hacia arriba, horizontalmente, en círculos, se chocan, se distancian. La sensación de incomodidad y de vergüenza que absorbe el espacio espectatorial va mutando hacia risas, intrigas y simples apreciaciones que liberan la tensión. Las tetas dejan de ser un modelo de perfección que cuanto más grandes y más redondas, más lindas o cuando más chicas y más firmes mejor. Devienen en órganos, en glándulas, en grasa amarilla recubierta por piel. Se desprenden del push up, de sus funciones maternales, de sus obligaciones sexuales. Y una vez vueltas a su condición de cuerpo, se liberan de él y comienzan a bailar. Los pezones se resignifican y se convierten en ojos que miran mientras son mirados. Ojos que giran, suben, bajan y gritan activados por el mismo impulso que inicialmente movió ojos, cachetes y labios.

Foto: Carola Etchepareborda

Reconocer nuestro cuerpo como órganos funcionales destinados a actividades determinadas detiene el movimiento. Ponerle géneros, funciones, sentidos específicos a cada parte del cuerpo limita sus posibilidades de creación y percepción. En cambio, asignar roles, como el de mirar, a partes del cuerpo que están socialmente destinadas a ser miradas, como las tetas, es mover estructuras y convencionalismos para apostar a más. Y en ese movimiento, que es lenguaje, podemos reconocer la expresión propia del cuerpo. No se trata de pensarlo en términos de indicadores biológicos, meras herramientas subordinadas a la reina de los sentidos, la vista. Son posibilidades de expansión y resignificación que admiten nuevas combinaciones que continúan el devenir del impulso. Y como adelanta el paratexto de la obra: “Tranquilos, son solo un par de tetas mirando.”

 

Acerca de:

Daniela Scardella

Nació en Suipacha, provincia de Buenos Aires, en 1997. Es Lic. en Crítica de Artes por la Universidad Nacional de las Artes. Cursando su carrera de grado recibió la beca de Estímulo a la Vocación Científica del Consejo Interuniversitario Nacional (EVC-CIN 2018). Durante ese período realizó sus tareas de investigación en el equipo “El objeto del exceso y la transgresión: Abordajes de la dimensión objetual en la danza y la performance del siglo XX”(34/0487 – Levantesi), inscrito en el Departamento de Artes del Movimiento de la UNA. Actualmente, integra el equipo de investigación “Intervenciones Críticas: algunas lógicas actuales y locales” (34/0582 – Tatavitto, Bermúdez) con base en el Área Transdepartamental de Crítica de Artes, también de la UNA. Además, realiza colaboraciones como crítica en distintos medios especializados y lleva adelante un ciclo de audioguías poéticas titulado Visitas Desviadas.

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