Juego del tiempo. Puesta en escena y dirección: Margarita Bali y Gerardo Litvak. Coreografía e interpretación: Margarita Bali. Composición musical y de sonido: Gabriel Gendin. Diseño de videos: Margarita Bali. Iluminación: Eli Sirlin. Vestuario: Mónica Toschi. Escenografía: Graciela Galán. Asistencia técnica y audiovisual: Agustina Piñeiro. Asistencia coreográfica: Carla Rímola. Asistencia de vestuario: Agustina Gobbi. Asistencia de dirección TNC: Juan Doumecq. Producción TNC: Marlene Nördlinger. Producción TNC en funciones: Patricia Baamonde. Funciones: Jueves a domingo a las 18 hs. hasta el 22 de septiembre de 2024. Teatro Nacional Cervantes.
La atractiva tarea a la que me aboco, escribir sobre el unipersonal de Margarita Bali dirigido por Gerardo Litvak y estrenado a finales de julio de este año, me llevó a leer algunas críticas de reconocidos colegas, publicadas en reconocidos medios periodísticos, de esta obra titulada, acertadamente, Juego del tiempo.
Y me llevó también, esta voluntad escritural, a darme cuenta de lo grato y atrayente que resulta siempre la reflexión sobre la copiosa producción de estos dos grandes artistas. Y me pregunté asimismo sobre la posible razón del lugar del/de la crítico/a de la obra de Bali, tan fácilmente disfrutable, y me respondí que la fórmula de ese disfrute se encuentra en que, entre un millar de elementos que hacen posible el universo de Margarita, se encuentra especialmente el carácter intertextual de su producción. Producción que se va tejiendo como una historia por momentos fragmentaria, por momentos fluida, pero siempre sorprendente.
En el trazado de esta historia, Juego del tiempo puede considerarse una instancia de retrospección en la que se hilan, como en un palimpsesto, experiencias vividas por la artista en su creación de mundos. Experiencias que de ningún modo se gestaron en solitario, sino que fueron el resultado del trabajo en colaboración con su amorosa familia, compuesta por artífices de porciones de ese universo multimedial como Gabriel Gendin (en la música y el sonido), Carla Rímola (en la coreografía), Mónica Toschi (en el vestuario) o Eli Sirlin (en los diseños de iluminación), por solo mencionar a un puñado de gente que forma parte de su grupo íntimo y sostenido de trabajo, y que participó también en la creación de Juego del tiempo.
Además, es posible palpar, en este recorrido, algunos aspectos señalados por Rodrigo Alonso en “La mujer de la cámara”[1] que caracterizan el hacer de la artista, tales como el punto de vista dinámico que efectúa movimientos coreográficos propios, los efectos de edición que otorgan agilidad a las imágenes y a la narrativa, la variedad de texturas y superficies que vehiculan las imágenes en movimiento, la recurrencia a algunos tópicos como el agua y la ciudad, siempre en un claro aprovechamiento de los dispositivos y tecnologías utilizados en cada etapa y en la búsqueda de que el público sea el constructor de su propia experiencia estética.
Con todo, podemos sostener que lo que otorga un rasgo distintivo a esta obra en particular consiste en llevar a otra escala la remisión sostenida a los mundos imaginarios de Bali, entre los que se encuentra la prolífica producción de Nucleodanza, el grupo creado junto a grandes colaboradoras a finales de los 70, o, en una etapa posterior, a aquel bagaje de obras que la identifican como pionera de la videodanza argentina. De modo tal que la escala de la propia trayectoria artística de Bali es lo que permite que este mágico universo se refiera a sí mismo como el acontecer de un ciclo vital.
Entre las remisiones a algunas de sus obras más emblemáticas y en el diálogo franco y abierto con su propio archivo y sus propios recuerdos, Margarita va trazando en el espacio y en el tiempo escénicos un cuerpo sin edad, un cuerpo habitante del presente que, sin embargo, revela en el movimiento las huellas que lo hacen posible.
Las pasiones danzadas por la intérprete reúnen indistintamente impresiones encarnadas y estados del alma, y son proyectadas sobre el escenario imponiéndole una tonalidad propia. Desde las categorías semiótico-fenomenológicas que propone J. J. Fontanille[2], podemos postular que el cuerpo de Margarita sobre el escenario, inmerso en su propio universo, es en sí mismo una suerte de envoltura, y que esta envoltura, que contiene en sí los afectos y las energías que habitan su corporalidad, se proyecta al mismo tiempo en formas y movimientos -apacibles unos, inquietantes otros- sobre los estados de las cosas, es decir, como fuerzas dinámicas que modifican sin remedio las cosas del mundo, imprimiéndoles su propia afección.
Movimiento y quietud. El cuerpo de Margarita se vuelve hacia el mundo y se repliega sobre sí mismo, hacia su centro, experimentando así, en profundidad, su propio campo presente mientras invita al/la espectador/a, familiarizado/a o no con la historia que se cuenta, a desafiar sus propias competencias de reconocimiento, a regresar a una experiencia sensorial ya vivida, o simplemente, a dejarse llevar por el vaivén de esta extensa historia coreográfica e instalativa, de forma fresca, en un puro acontecer.
Juego del tiempo sugiere, en definitiva, un particular ritmo de existencia, abundante en imágenes y en movimientos, pero que deja al espectador sintiente deslizarse entre ellos y darles una forma afectiva propia. La propuesta aquí es esa, abandonarse y sumergirse una vez más en los mundos de Margarita Bali, como en el transcurrir espiralado de un juego que siempre vuelve a empezar.
***
[1] Alonso, Rodrigo (2018) “La mujer de la cámara” en Universo Bali. Danza y audiovisual, Ed. Alejandra Torres, Buenos Aires.
[2] Fontanille, Jacques. (2008). Soma y sema: figuras semióticas del cuerpo. Fondo Editorial. Universidad de Lima.
Foto principal: Ailen Garelli