Vivir rodeada de una cultura casi opuesta a la propia no solo es desafiante sino que es -quizás- una de las más auténticas formas de verse en un espejo. Se plantea una suerte de dualidad, de alteridad, de un reflejo no propio al otro lado del espejo, lo Mismo y lo Otro. Este mecanismo de categorización, que se ve presente ya en las sociedades más primitivas, nos recuerda las palabras de Levi Strauss: “El paso del estado de naturaleza al de cultura se define por la aptitud que tiene el hombre para concebir las relaciones biológicas en forma de sistema de oposiciones: la dualidad, la alternancia, la oposición y la simetría, presentadas en formas definidas o imprecisas, no son tanto fenómenos que hay que explicar cómo imperativos fundamentales e inmediatos de la realidad social”.
Siendo Sydney el escenario de uno de los conglomerados más multiculturales del mundo, convive en ella, y en su realidad diaria, este antagonismo. Laura, la bailarina fotografiada, nació en Australia, pero se crió en el seno de una familia uruguaya con costumbres sudamericanas. Vivir y crecer en mundos paralelos, vivir en los dos lados del espejo.
Desde un punto de vista semiótico, gestos, formas de vestir, colores, texturas y hasta el sentido de las mismas palabras traducidas textualmente de un idioma al otro conforman significantes completamente distintos. Inclusive, el valor estético asociado a las marcas del tiempo que una sociedad con una extensa historia le puede dar, por ejemplo, a sus edificios históricos con sus grietas y hasta su humedad, puede no ser válido si trasladamos esos parámetros a otra. Para una sociedad que recién se encuentra escribiendo su historia y donde los preceptos de una vida/sociedad líquida (haciendo referencia a la teoría de la Modernidad Líquida de Bauman) son los que la rigen cual latidos del corazón, la renovación constante y el espíritu de consumismo dan valor estético a lo nuevo, lo pulcro, lo sin marca.
El recorrido fotográfico a través de la ciudad plantea visualmente este antagonismo de diversos valores estéticos, donde lo nuevo, lo reluciente, las líneas de la perfección del ballet se encuentran con la historia de los edificios más antiguos, con sus rincones más añejos. Una australiana con raíces sudamericanas que se encuentra en su propio reflejo.
En esta cotidianidad de vivir y encontrarse con contrastes y diferencias reconocemos también quizás nuestros propios modos, los visualizamos y hasta logramos ver aquello positivo y aquello por mejorar. Encontramos también los millones de significantes de un mismo gesto, de una misma palabra. Encontramos los valores y la belleza de cada cultura. Todo ello nos hace reflexionar. Si tuviéramos en cuenta las vicisitudes que se plantean en las comunicaciones entre individuos de distintas culturas, si pudiéramos comprender qué hay detrás de este pseudo encriptamiento semiótico y semiológico en cada palabra y acción, quizás podríamos “reconocernos” en el espejo, quizás podríamos ver más allá de nuestras máscaras, nuestras capas, quizás podríamos conectar con lo más sincero y profundo que está en ese misterioso espacio donde se unen las imágenes del espejo, donde no hay aquí o allá, donde todos somos uno.
