BLANCO [prueba 1]. Creación y performance: Georgina Forconesi, Juan Salvador Gimenez Farfan, Julia Gómez, Moira Maillmann, Martina Mora, Yanina Rodolico. Diseño sonoro y lumínico: José Binetti. Escenografía: Magdalena Picco. Fotografía: Ana Santilli Lago. Dirección: Valeria Martínez. Sábados 3, 10, 17, 24 de junio – 21:30hs. Fundación Cazadores, Villarroel 1438 CABA. Función: 10/06/23.
El bailar es poder conectarse con el menor gesto, cultivando cierta atención con el entorno y les otres y cierta capacidad de volverse sensible a los umbrales de cambio.
Marie Bardet, Pensar con mover, 2012.
BLANCO es el proyecto de investigación artística que Valeria Martínez viene desarrollando desde el año 2019. Adquirió diversas formas desde entonces identificadas como prueba 1 y prueba 2, una pieza es performática (2019-2023), Blanco (Prueba 1): “Performance” y la otra, audiovisual (2021) Blanco (Prueba 2): “El ruido de las Piedras”. La forma de la pieza actual se presenta en Fundación Cazadores, hoy, 10 de junio.
Tres espacios blancos casi equidistantes, iluminados alternadamente para mostrar lo que emerge, dos cuadrados y un fondo infinito construyen tres escenas con distintos volúmenes. Los transitamos, uno tras otro, la propuesta incluye la perspectiva, los ángulos, para que envolvamos con la mirada lo que acontece, inmersos allí, en la escena, un clack, un golpe de cierre y de apertura, tan solo volver a mirar, desde otro lado, en otro lado.
¿Es posible mostrar las vísceras?
Primera escena: mostrar, revertir. BLANCO es delicado, muestra algo profundo, que debiera ser viscoso, lleno de líquidos intestinales, rojo, lo muestra en una forma aceptable, sutil, para que veamos el constante movimiento subyacente. Capa tras capa, emerge a la superficie como una prominencia que habla de lo que no se ve. ¿Un nacimiento enquistado? El sonido es del constante retorno oceánico, así como el movimiento del cuerpo que, sabemos, está debajo de esa tensa tela blanca con un tajo en el centro a través del cual aparece fragmentado. Lo sabemos, ahora son emergencias de lo subterráneo. El texto El proceso creador de Enrique Pichon-Rivière aborda la idea de lo siniestro en la creación artística como todo aquello que debería haber quedado oculto, secreto, y se ha manifestado.
Escena dos, corte abrupto, se ilumina un segundo espacio blanco de pequeña superficie en el que están un hombre y una mujer, él sentado, ella a su lado apoyando suavemente la mano en su hombro. La escena muestra una perspectiva más plana, ha de ser por la cercanía del fondo, o porque, a diferencia de la primera escena, no podemos ver el atrás. Es un momento que parece suspendido, el movimiento está sucediendo en otros niveles. No hacer, en tanto negatividad, opone resistencia a lo que debiera suceder. Lo negativo es potencia creadora. Detención, sutilezas imperceptibles, duración, nada cambia hasta que se transforma, lentitud de gestos mínimos, sucede dentro, un labio que tiembla, la aparición de los dientes, el rostro que se forma y deforma en ese estado de tránsito hacia el gesto convenido. Vive en los ojos, creí que ella lloraba, pensé en una foto. El tiempo fue acumulándose en sus rostros.
¿Hay ruptura en la narrativa? No más inicio-desarrollo-fin. Hay movimiento subterráneo, hay convulsión y derrame, por exceso, golpe de estómago. Hay saliva, lágrimas, dientes, el rojo de la boca -los ojos se me llenaron de lágrimas, por fin el agua- secreciones. No era solo risa, lo que veíamos eran también espasmos, convulsiones laríngeas. Veía un ave alimentando a un pichón, una boca dentro de otra, un grito metido en la mucosidad.
El rasgo ficcional está en el gesto dramático, el aspecto vincular del movimiento es nunca soltar el contacto, la cordura nos acerca a un otro, silencio y duración.
Tengo la sensación de estar viendo una imagen recortada del tiempo, de estar durando en la observación de lo que es, de lo que se manifiesta, de lo que se mueve profundamente.
Escena tres, hay tres insistencias dislocadas, son tres mujeres, en un cuadrado blanco, ellas expandiéndose desde el centro en sentido espacial y físico, perdurando en el roce, nosotros, nosotras, envolviendo el espacio con nuestras miradas. Se mueven obstinadamente a través de un patrón que se potencia en la repetición. Nunca parar, aun después de haber pasado el umbral, no parar, no soltar, durar, tomar lo que sucede, hacerlo parte, lo nuevo ya es cuerpo.
-Me da sed, me retuerzo un poco los brazos-.
Ellas perdieron el rostro, la rostridad, algo aparece cada vez y profundiza el estado de agotamiento para continuar en el agite, allí, la cara se deshace. Vi un cúmulo de colores superpuestos en la carne, el rosa de la piel con el rojo de los labios, algo azul perdido y una masa de territorio descompuesto, ya sin gesto, mientras otros ojos como alfileres brillantes rebotaban en un movimiento sensual. Me acordé del texto de Jorge Barón Biza, El desierto y su semilla, al que cita Pablo Maurette cuando reflexiona en torno al drama de la carne: “Lo insólito ocurría en las mejillas. La ablación parcial dejaba rebordes de carne que aumentaban la hondura de las cavidades, en donde el borbotón de los colores ofrecía una falsa sensación exuberante, pintura feroz realizada por un artista embriagado de sus poderes.”
Sin intentar ver, vi maneras de vincularse, una soledad, un dúo, un trío, vi cuerpos cercanos existiendo en el movimiento convulsivo y desgastante que buscan salir de lo yermo, blanco y árido hacia el sudor secretado por un grito profundo dentro de una boca.
La música se vuelve un movimiento clásico, es Mozart, ahora lo sé. Hay un movimiento que no puedo soltar, pero ellas sí. Derrames.
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* Este texto forma un tríptico junto con “¿Cómo hacer para transmutar signos en danza?” de Marina Julieta Amestoy y “El tiempo de los gestos” de Magdalena Casanova.
**Foto portada: Ana Rodriguez Baños, @anarodban.ph