La fuerza centrífuga de la danza multimedia

El Ciclo Tecnodanza edición octubre presentó una retrospectiva sobre el trabajo artístico y de investigación de Alejandra Ceriani, uno de los máximos referentes en la genealogía de la videodanza en nuestro país.

La invitación estuvo dirigida tanto a neófitos como a entendidos. A través de un juego de preguntas y repuestas entre Alejandra Ceriani y la voz en off de la investigadora Susana Temperley se fue construyendo un entramado de saberes, significados e implicancias acerca de la danza multimedia. El resultado fue una tecnoperformance que se nutrió principalmente de la experiencia y de las producciones de la artista. Crónica y fragmentos de Ese imperioso vestido naranja (2001), La Dote (1997), Bajo Ondo (2000) y Toulouse (2003) sirvieron de sustento para responder acerca de lo que acontece con los espacios, las temporalidades, las vicisitudes de lo analógico y lo digital, y sobre todo, lo que sucede con esos cuerpos que habitan lo real y lo virtual.

En el ambiente, desde el punto cero, hubo una sensación de ruptura con lo lineal o estandarizado que se hizo más enérgica conforme se desarrolló la retrospectiva. Mientras la artista se desplazaba por el espacio escénico, iba ilustrando lo que se reproducía en los diferentes dispositivos a su alcance, algunos analógicos, como TV y videocasetera, y otros digitales, como laptop y pantallas led. Pude discernir que se estaba proponiendo una reflexión, que nada tenía que ver con una concepción evolucionista de la tecnología. En este relato, lo analógico no era superado por lo digital, uno no era mejor que el otro en su comunión con la danza, simplemente eran diferentes, implicaban diferentes conocimientos y distintas tácticas de abordaje. En las obras de Alejandra Ceriani la relación inseparable del cuerpo-cámara en sus distintas formas proponía diferentes lecturas, tal vez siempre inconclusas, porque los cuerpos se tornaban imposibles de reconstruir del todo, sin importar cuán avanzado había sido el sistema de registro y reproducción utilizado.

Por otro lado, hubo algo de lo fantasmagórico que comenzó a disolverse en el instante mismo en que Fabian Kesler, ubicado con su equipo en el medio del área escénica, activó el programa de captura de movimiento. Dejó caer el velo ilusorio con el simple gesto de permitir que los comandos del programa se revelaran junto con las imágenes de Ceriani, que se encontraba sobre una mesa, en cuclillas, realizando pequeños movimientos. Lo interesante de ese registro fueron esas imágenes imprecisas proyectadas sobre la pared. Allí pude divisar por momentos una mano, una pierna, un torso, momentos ínfimos que me recordaron que todo eso era posible no solo gracias a las cámaras, sistemas informáticos y proyectores, sino que era posible debido a la existencia física y acción consciente de un ser. Y fue ahí cuando pude comprender la relevancia de esa pregunta abierta en eco que se había hecho la artista unos momentos antes: “¿Hay todavía cuerpo?”.

Captura de Speak 1.0 Revisited (edición Fabián Kesler)

Cuanto más observaba las potencialidades de la virtualidad, más se disolvía en mí el axioma de “lo corpóreo”. Sin lograr jactarme de auto-responder al interrogante, pude gestar en el plano de lo simbólico una idea o concepto. A modo de conclusión, proyecté la imagen de una fuerza centrífuga, una fuerza de motivación donde todos los elementos que componen ese torbellino inercial van perdiendo su forma, pero no su inmanencia. Su objetivo sería el de confluir en algo diferente, algo que tendría que ver más con el mundo de lo esencial, tal vez movimiento puro o acción consciente. No cabe duda de que la danza en afinidad con las múltiples potencialidades de la tecnología habidas y por haber, habilitan este tipo de cuestionamientos. Tal vez mi metáfora no satisfaga del todo, pero es suficiente para apaciguar mi inquietud, por lo menos hasta la próxima mirada experiencial sobre danza multimedia.