Preludio. Dirección: Gisela Pellegrini. Idea y Textos: Manuel Rivadeneira. Intérpretes: Manuel Rivadeneira y Francisco Santamarina. Arreglos musicales: Juan Comi. Iluminación: Ayelen Cichero. Fotografía: Silvina Pulti. Puesta: Reverberante Cia. Producción General: Reverberante Cia. Función: 17 de Junio.
Un texto vive únicamente si está en contacto con otro texto.
Mijail Bajtín, Estética de la creación verbal, 1982.
¿Qué es lo que antecede? Lo primero, en esta obra, es la palabra: un nombre, YO SOY, y una brevísima descripción, ÉSTA ES UNA OBRA DE DANZA. Puesta en abismo. Estamos situados en la no ficción, algo del marco nos deja tranquilos, esto no es otra cosa que un hecho escénico, o quizás esa afirmación nos lleva a considerar todo lo que pudiera no ser “una obra de danza”.
La obra la llevan a cabo dos intérpretes que alternan música, palabra y danza. Entre ellos se da una suerte de diálogo y hasta, me atrevo a decir, uno habla los pensamientos del otro. El que se desplaza por el espacio baila, habla y tiene una biografía que es interpelada e interpretada por el otro, una voz.
Al fondo, un pasacasette sobre una mesa produce el particular sonido de lo analógico, es un tack, y la cinta corre. Suena Start me up. Sucede una danza a solas, en la intimidad, como estar en casa. Agita los brazos, los codos hacia afuera, un pie saca a otro. Mientras tanto, va construyendo el personaje que le da un motivo y una identidad para ser nombrado “rollinga”, baila y gesticula, mueve los labios formando con la boca el molde del sonido que no sale de sus cuerdas vocales.
Nuevamente, me veo sumergida en el mar de los borrosos límites entre los lenguajes. Cavilo entre lo que precisa una definición y lo que es preciso des-delimitar. La danza, el cuerpo, la palabra, la música, el teatro. Lenguajes, posibilidades para tramitar el vacío. En ocasiones, el deseo se desliza entre silencios acumulados, mientras una verborragia mixturada de voces puebla la superficie.
Una narrativa no ficcional, biográfica e interdisciplinaria, donde la danza, la música, la dramaturgia y el psicoanálisis dan sus pinceladas, delineando los bordes neuróticos de todo lo que deseamos ser y se nos escapa. Entonces comienza a correr la cinta, la del deseo, la de las capas de sentidos, la de las palabras como disfraz, esas que tocan el cuerpo. La mirada del otro nos conduce hacia las sensaciones que irán determinando comportamientos, al miedo, a la frustración por no adecuarse a la expectativa ajena, y también a la realización de una obra que hable de ello. Si el deseo se enmarca allí, se realiza un acto de sublimación.
Mover el espacio e ir hablando los movimientos, los que repercuten en la sonoridad de la voz, hablar de la falta, de la mirada ajena, de los estigmas. La palabra y el movimiento vehiculizan la escena hacia un perchero en el centro del espacio con varias prendas colgadas, chaqueta, campera, camisas, etc. Ese objeto es puente e incluso partenaire, una terceridad que calma la insatisfacción y viste subjetividades, la ropa como disfraz para imaginar ser otro.
Un estereotipo impreso en el cuerpo, así lo presenta y se mueve en consecuencia, atraviesa el espacio escénico con movimientos que vibran en el torso y sucesivos fuera de eje, la voz relata su biografía. ¿Qué narra? Dice los condicionamientos, el valor excesivo puesto en la mirada ajena, reflexiona mientras se sacude las palabras de los brazos, acerca las determinaciones que un nombre puede operar en nuestra subjetividad. Una voz interrumpe su devenir de vocablos y sacudidas, enuncia su pensamiento, o personifica sus voces internas, propone un texto que interpreta en escena lo que él hace, vive o expresa, dice: “¿Será por eso tal vez que buscamos la respuesta a nuestro deseo en los demás? ¿Será que nos hicieron creer que lo que necesitamos está en otra parte y por eso buscamos afuera? Todo está del lado del otro, hasta lo más personal.”
La catarata de palabras termina en una luz rasante que quita la cenitalidad y en un cuerpo que cae.
Una tras otras las prendas irán cayendo y vistiéndolos. Se repite: lo que falta, lo que falta. ¿Qué es lo que falta? Se trata del deseo, estamos en falta siempre, y la ropa es, tal vez, aquel disfraz que nos ponemos cuando buscamos en otro llenar el vacío que nos constituye, la soledad de saberse uno. Quizás el texto que interrumpe es ese otro con quien siempre estamos en vínculo, y la fantasmagoría es construir personajes que sirvan de depositarios del miedo a ser sencilla e incompletamente quienes somos. Lo que se ve de nosotros es imposible de asir, es aceptar no saber nunca y por completo de qué manera me ve el otro, y entre las elucubraciones de esa imagen proyectada se trasvasa la pregunta ¿quién soy?
Una baguala se cruza con Paint de black, se entremezcla con Alfonsina y su Quisiera esta tarde divina de octubre con Un poco de amor francés. Es interesante cómo la voz del canto en vivo transforma el cuerpo (todo) en espacio escénico y territorio de movimiento.
El deseo también es la narración de un final posible, uno épico. Como una pintura, al centro y al frente de la escena, transforma el cuerpo en un lienzo trazado de azul. Y la voz canta Nessum dorma, el aria del acto final.
Preludio es una obra para observar de frente, dialoga permanentemente con otros textos, intertextos, relatos enmarcados y un collage bien delimitado, con borde negro, allí, donde comienza un lenguaje y termina el otro. Mas la convivencia es un pastiche, somos seres polifónicos, hablados por multitud de voces que coexisten en nosotros, en superposición de escenas que nos dejan vibrando y circulando en el espacio, construyendo una imagen -exterior- proyectada de nuestras fantasías.
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*Foto portada: Alejandra Romero