Inauguración. Concepto y dirección: Malena Giaquinta. Intérpretes: Liza Karen Taylor, Malena Giaquinta. Diseño sonoro: Vanesa Del Barco. Diseño de luces: Nicolás Licera. Asistencia de dirección: Popi Cabrera. Fundación Cazadores: Villarroel 1440. CABA. Función: sábado 23 de septiembre.
—Ya he visto, señor, a hombres atados con cadenas. También tuve ocasión de pintar a una persona defendiéndose del ataque de un ave de rapiña. Os puedo decir que ya conozco los tormentos de los condenados. Respecto de los guardianes —Yoshihide sonrió maliciosamente— a los guardianes los he visto varias veces en mis sueños. Algunos con cabeza de toro, otros de caballo; los había con tres cabezas, seis brazos y seis piernas. Esos demonios golpeaban las manos sin hacer ruido, abrían la boca sin emitir sonido alguno y aparecían casi todas las noches para torturarme.
Rynosuke Akutagawa: El biombo del Infierno.
Al entrar, vi dos esculturas de piel -tersa, nívea y brillante. Desde el centro de cada una asciende la tira encadenada hacia dos promontorios, apuntando al techo. Sabía que había un cuerpo extrañado, un volumen de materia, provocando un esfuerzo por entender y quizás construir un cuerpo posible, nuevo, deshabituado en la mirada que llega esta noche.
¿Dónde comenzaría el movimiento?
Dos pedazos de carne en forma triangular inician la danza que roza la gracia, acuden imágenes pálidas, desfasadas. La luz cae sobre la piel total, bañando los bordes de un continuum inacabado de pliegues y despliegues.
Estamos de frente, lo que hay que ver (se sugiere al ingresar en la sala) es en esa perspectiva, adelante, se trata de una línea recta con alfombra roja. En el fondo, los pollos comienzan a producir un desfile de sentidos de otro plano, de otro entendimiento. Conversación avícola, dislocación. Algo está equivocado. Una boca se abre entre los discos vertebrales y bebe la idea imposible del ser invertido, de los cuerpos deformados y de los sentidos que se pueden crear en la insistencia de una propuesta, entonces, emerge del promontorio anal una copa de cristal, y al muñón alado le crecen dedos dentro de un guante de raso que conversa con su gallina de al lado.
El tiempo transcurre, se desliza creando atmósferas cuyo entendimiento es de otras galaxias. Pienso en David Lynch. Luego, la incomodidad, el cuerpo presente, está ahí, ahora con un estado físico privilegiado, permanece enclavado en las cervicales. Olvido que fue fragmento, siento la totalidad vuelta hacia arriba, entonces sucede el movimiento, también se explicita el artificio, la intención de extrañamiento para volver a ver, como si fuera por primera vez, un cuerpo enajenado. Sala b, hoy tiene una alfombra roja.
Siento el olor del alcohol, como si una boca etílica se me acercara para susurrarme la noche bebida. Primero una visión y luego la invitación, una entrada.
Ingresamos a otra parte del espacio, a los costados nos colocamos, como en una carrera de caballos, y comienza el avance de los cuerpos hacia la meta. En una cuadrupedia lenta y constante se deslizan las momias de cabezas vendadas, cuyos labios y bocas permanecen a la vista.
No sé bien de qué se trata este desfile de imágenes, me dejo llevar por la atmósfera de sentidos desarmados e intento dejar que me atraviese la propuesta. Puro cuerpo, veo la danza en esta apuesta y un juego ampliado de percepciones alteradas.
Respiro y vuelvo a mirar. Los tópicos del sueño, el doble, erizos de cristal, dos cuerpos cortando el espacio de la fragilidad, bebiendo a su paso lo que les llega por esa boca que el sopor compone, que se consume el sentido y la intención artística. Todo podría quebrarse fácilmente, se acabaría tan sólo caer, con apenas un movimiento brusco. Temo la caída, el desajuste, es tan delicado este sueño. Al borde de lo monstruoso, al borde de lo grotesco y deforme.
El sonido del cristal, unas campanadas. ¿Territorio del sueño?
Apertura, iniciación y rito.
Sería más clara la invitación si me dejaran viajar a lo imposible de la nocturnidad. La música, un canto de cámara fundido en el cristal. Un mic, la exploración de la voz dentro de la copa va empañándola con su tibieza, desprendiendo en sí una femenina dulzura.
¿A qué lugar me convidan?
A un territorio de ensueño, de cuerpos imposibles, doppelganger o miedo a la duplicación. Monstruos de dos cabezas que se agitan en lenguas extrañas, incomprensibles, sin cara. Siniestro sobre roja superficie brumosa, sosteniendo la delgada línea de la visión. Un golpe, otro, las copas chocan como quien celebra un banquete de hospital, cada vez que golpean, me golpean y tocan una fibra en mi epidermis, luego en mis músculos, en los huesos, y se meten en mi fantasía hasta romper la delicada concentración de movimientos.
El sueño trasvasa el borde de lo espejado. Se multiplican las lenguas, las costillas avanzan, el abdomen se mueve y se hunde en el magma cremoso de la piel, una superficie flexible, poblada por seres invocados. Dos cuerpos desnudos, ahora de pie y sin rostro.
Ritual, ebriedad, convite amorfo.
Los brazos se mueven, tienen bocas en las manos y dientes en los dedos. Ellas mueven la cabeza en torbellino y repiten hasta el cansancio una manera de rozarse y ondular. Huracán del torso, monstruo de dos cabezas que en la aceleración pierde el borde y desarrolla un territorio nuevo en el cuerpo poseído devenido animal antropomórfico. Evoco seres de la mitología, las imágenes pueblan este texto porque poblaron el cuerpo de la obra. Los cuerpos, dos mujeres sin duda alguna, doblegan lo humano del festín en lo animal del rito. Y en el borde, los cristales que contienen la cordura. El marco del sueño aloja estos episodios saturnales.
Una canción, Always is Always de la familia Manson, y en el fondo, mientras aplaudimos, la escena que termina como quien se aferra a un muy preciado anhelo. Permanece un resto del sueño. La inocencia de los rostros desenmascarados, sonrientes, guardan algo de infancia al filo del terror, al borde delicado de la locura.
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*Foto portada: Ana Rodríguez Baños.