#lovivoenimagenes

26 de February de 2019
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Vacio – Tecnoteatro. Chat, dirigida e interpretada por Agustina Rudi. Aspiro a Hitchcock, dirigida e interpretada por Agostina Prato. Virulencia, dirigida por Vanesa Mogno. Interpretación: Florencia Fiori. Asistencia de dirección: Carolina Cruz. Producción Vacio-Tecnoteatro: Agostina Prato, Vanesa Mogno y Agustina Rudi. Puesta en escena y arte visual: Paul Sende. Música/live set: Naila Borensztein. Vestuario: Vanesa Mogno. Diseño gráfico: Emi García. Fotografía para redes: Laura Scavo. Video para redes: Carolina Cruz. La tangente, Honduras 5317, CABA, Argentina. Función: 23/01/19.

Vacío – Tecnoteatro es un ciclo compuesto por tres obras: Chat, Aspiro a Hitchcock y Virulencia. Mi primer acercamiento a la obra fue a través de la conferencia subida a su Instagram (pueden buscarlo: vacio.__________ ) previa al estreno el pasado 23 de enero. Si mis primeras inquietudes tuvieron que ver con interrogarme acerca de por qué “vacío” y qué es “tecnoteatro”, allí los tres “personajes” me anticiparon virtualmente las respuestas de lo que sucedería luego en el espacio teatral. Un intento desesperado por cuestionar, comprender, asumir y hasta celebrar cierto “vacío existencial” respecto al establecimiento de vínculos sexo-afectivos, la construcción del “yo” y del egocentrismo, la fuente y fuerza del trabajo y la necesidad de la abundancia del registro y del archivo. Todo esto tratado y recitado en enunciados hechos poemas, a través del encuentro intenso entre dos medios: el cuerpo y el video. Puestxs ya en el teatro, aparece una construcción escénica híbrida que implica pantallas, escenografía, actrices, palabra, sonido y luces, generando una complementariedad entre la acción en vivo y la acción registrada en video que demanda del público un estado de alerta, la toma de decisiones sobre dónde pondrá la mirada cada vez, en este juego entre lo tri y bidimensional.

Foto: Laura Scavo

El ciclo comienza con Chat, y con ella, un juego constante de cambio en la percepción espectatorial que se repetirá en las dos obras que le siguen. Sentadxs como “buenxs” espectadorxs teatrales (distancia prudente respecto al escenario dispuesto de frente) y envueltxs en sonidos electrónicos e imágenes icónicas que refieren a redes sociales, sistemas operativos y dispositivos tecnológicos “antiguos”, esta primera obra nos presenta el mundo de SHIRL1. Mediante la utilización de cuatro pantallas y una cabina blanca con una camarita, SHIRL1 (Agustina) narra su vacío personal. Se dirige a nosotrxs y a la cámara alternadamente. Primero, percibo a la intérprete allí en el escenario, presentándose, compartiendo un mismo espacio teatral conmigo. La veo y escucho ahora hablándole a la cámara, utilizando toda la expresión corporal que ello implica. Pero también la observo on-streaming a través de las pantallas y la escucho amplificada. Luego, vuelvo a correr la mirada y a disponer mis sentidos en esa intérprete “real” que nos recita su poema. Hasta que, nuevamente, las pantallas obligan presentando nuevos personajes virtuales y entonces decido sacar del foco de atención ese cuerpo cárnico. Y me intuyo como una espectadora en tensión, confundida; que tiene que estar reconfigurando constantemente la percepción de los tiempos, espacios y cuerpos que se presentan. Es que, cuando me olvido del cuerpo “vivo” y me concentro en esos cuerpos virtuales transmitidos, ya no me siento espectadora de teatro, sino de cine, o de video más bien. Y esto porque la obra (y todo el ciclo) oscila entre la percepción teatral y la percepción cinematográfica.

En Aspiro a Hitchcock, Agostina explota al máximo el gesto “digital”. Recibida en el escenario mediante el aplauso de dos personajes que son ella misma, la intérprete nos da la bienvenida a su primer recital de poesía. Recita y nos va presentando en dos pantallas a sus múltiples “yo”, a través de la proyección de los videos archivados en su Instagram. Entonces, se suma a la tensión anterior del cambio de percepción, su exceso de preocupación por la carne, la materia, la anatomía y el vacío que añade a mi expectación inquieta el problema de la aparente oposición entre imagen y realidad.

Gozamos de la presencia de un cuerpo que nos recita, compartimos un tiempo, somos público teatral. Pero a su vez, actúan “otras Agostina” superpuestas, seccionadas, fragmentadas, editadas, descarnalizadas. Y con ellas, nuevamente debo reconfigurar un espacio, que es “virtual” según la propuesta de cada video. Apreciar múltiples imágenes de ella misma, que por momentos se mueven al unísono con la Agostina “carnal”, me inserta en esos espacio-tiempo de los videos que son, podría decir, abstractos. Me instala en la “realidad” de esos mundos donde no hay referencia a otro espacio por detrás que no sea el virtual. La preocupación hecha recital acerca del vacío de la materia la traduzco y la vuelvo propia. Los cuerpos descentralizados de las otras Agostina en diálogo con el cuerpo escénico funcionan en co-presencia y se vuelven imagen del Mundo. Desactivo la oposición entre lo virtual y lo real; entre lo carnal y lo digital y me entrego sólo a dejarme inquietar por qué tipo de cuerpo material es el que percibo cuando todo es pura imagen.

Foto: Laura Scavo

Ahora bien, comienza Virulencia, la última obra, y la cyborg (Florencia) nos recuerda que la pantalla puede agotar. Que tanta imagen iluminada puede quemarnos los ojos y enfermarnos en comunidad. Y que la eficiencia implica un combate mano a mano. Desde un aparato tecnológico en el escenario, la cyborg nos propone un recorrido sobre un archivo digital caótico y aparentemente infinito. Archivo que nos lleva a contemplar, conocer y adorar esos cuerpos “enfermos” donde conviven lo orgánico con la cibernética. Esos cuerpos presentes en las dos obras anteriores y que en esta última se presentan casi religiosamente. Fragmentados, filtrados y filmados. Vivos, con prótesis tecnológicas que poseen total eficiencia en ese mundo virtual. Un cuerpo virulento que se vuelve carne mientras se pasea ofreciéndose en el escenario bajo un sugestivo baile que mezcla el waacking y el vogue dance por procedimientos de montaje y selección en acto y gesto vivo. Porque no solo el video es corte, edición y amputación, también la decisión en escena lo es. El gesto vivo implica mostrar una imagen que, aún en co-presencia, pretende presentar otro tiempo-espacio. Y el gesto digital también es el mundo. Y lo vivo es una imagen.

¿Por qué vacío? ¿Qué es tecnoteatro? Una obra que logra unir dos comunidades de espectadorxs. Aquellxs que gustan del teatro, con sus cuerpos bien presentes, materializando palabras, jugando con códigos de la teatralidad (diseño de luces, cambio de escenografía), reponiendo sus ancestrales artilugios; y aquel colectivo gustoso del video, de lo virtual, del on-streaming, de la edición, la cámara y el fragmento. Esta tensión de convivencia comunitaria espectatorial se nos impone; constantemente cambiamos de rol y de comunidad en el ciclo, un poco por decisión otro poco por sugestión. Y así, la tecno-expresión culmina bailando tecno sobre una mesa entre nosotrxs.

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Silene Mozzi

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