Mientras tanto, la muerte

4 de diciembre de 2019
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Español

Cosas Muertas, dirigida por Marina Sarmiento. En escena: Gaby Pastor y Marina Sarmiento. “La siesta” – 3a4 Ciclo de Mujeres Artistas. Teatro El Crisol, Malabia 611, CABA, Argentina. Función: 29/09/2019.

¿Cómo acercarse discursivamente a algo tan complejo e inaprehensible como el tiempo? Lindante a la cuestión de la muerte, el tiempo pareciera ser (engañosamente) cuantificable e inmensurable a la vez. Aunque puede medirse en horas, minutos y segundos, la vivencia del tiempo depende más del “medidor subjetivo de lo inasible” que de ese cálculo matemático con pretensión de exactitud y universalidad. Lo que podemos percibir quizás ya no sea el tiempo, sino las impresiones que deja en nosotrxs. Jugando con esa abstracción, Gaby y Marina nos prestan los lentes para ver de cerca ese tiempo subjetivo según sus vivencias, historias y escritos. Cosas Muertas es un ensayo escénico sobre el transcurrir propio y compartido, es la (no) encarnación de un pasado irrecuperable.

La cuestión inabarcable de lo temporal y el incesante fallecer atraviesan a Cosas Muertas, una obra que ya murió, como todo, constantemente. Sin embargo, a lo mortuorio se le arranca su carácter sepulcral y sombrío, entendiendo que el tiempo es aquello que mata y también lo que pasa mientras se consume el finito que comparten Gaby y Marina en escena.

Cosas Muertas refiere a las distintas formas del ser temporal: tiempo expandido, tiempo de geografías cordobesas, tiempo de privacidad en el baño, tiempo ralentizado en el colectivo hora pico, tiempo del recuerdo, de la escritura. De cualquier forma, e inevitablemente, él se escapa raudo como la escena, el colmo del presente.

Aplaudí con la sensación de que aún no había terminado. Por un instante pensé que el desarme de la obra era una escena más. Parecía coreografiado: rápidamente salieron Gaby y Marina por la puerta de atrás, sacaron la planta, entró la escalera, la asistente se subió, desmontó la tela blanca y bajó el técnico, todo en simultáneo. Se trataba del borramiento de las huellas del fallecimiento escénico que, por su propia naturaleza, muere a cada momento. De repente, sólo había un cubo negro vacío. Todo lo que sigue después es recuerdo y evocación de lo muerto, como este escrito, como los escritos de Gaby y Marina.

El desarme no era parte de la obra, pero en ese momento de confusión terminé de entender la reflexión acerca del tiempo y la muerte propuesta en Cosas Muertas. Tal vez, lo que se puso en jaque fueron los propios conceptos de “principio” y “fin”, tan arraigados a la cuestión del cronos.

Algo me hizo click en ese pasaje de la “ficción” a la “realidad”. Por alguna razón, el desarme fue mirado aún con ojos de ficción, en parte porque Cosas Muertas nunca se presentó de un modo totalmente ficcional. Fue, más bien, un pastiche entre el material que ofrece el propio presente de la escena y el pasado biográfico (in)contenido en los textos de las intérpretes; o un entramado de modos de ser en el presente, a través de la escritura, la escena y la memoria.

No hay ningún afán por crear ilusión teatral: Gaby era Gaby y Marina era Marina, las “intérpretes” de sus propios escritos pasados.

No hay ningún afán por crear ilusión teatral: una de las escenas dura -más o menos- lo que dura el porro que prende Marina.

No hay nada que ocultar. Al comienzo, Gaby nos cuenta que la obra no tiene ensayo, sólo un guion. O bien, que el ensayo sucede durante la obra. Por eso, agrega, va a poner el cronómetro con el celular, también porque Marina se tenía que ir a otra obra que dirige (Lejos, en Espacio Fraga).

Ellas juegan con lo inevitable y lo convierten en escena. Lo muerto se evoca con relatos y con lecturas, dialoga con lo que fue y con lo que no pudo ser como causa de lo que es. Marina quería que su mamá tocara en piano una pieza musical de la obra, pero eso no pasó, así que bailó como si estuviera tocando su mamá.

Daniela Patané

“Esta escena se llamaba ‘El encuentro’”, dice Marina abrazada a Gaby. Desarman el abrazo y lo que fue murió.

 El recuerdo carece de romanticismo y de nostalgia: las lecturas en primera persona resignifican el pasado que ilustran, pero no recrean. Unas risas amigas en la primera fila del teatro Crisol suenan más fuerte que todas las demás y dan la pauta de lo confesional de esos textos, del relato íntimo y carente de ficción. La relectura deviene, entonces, en la forma de evocar eventos muertos mientras muere el tiempo.

Recuerdos embebidos por el presente (en la evidencia de que todo recuerdo tiene esta relación con el presente) se hacen cuadro teatral, como cuando Gaby y Marina ensayan tras la tela blanca el juego de sombras de la infancia, ahora en diálogo con los juguetes de grandes.

Cosas Muertas está en el limbo entre la representación y la no-representación, entre la ficción y la no-ficción, entre el pasado y el presente escurridizo. Y allí radica lo teatral: el presente muere y su alusión deviene en un artificio.

 

Acerca de:

Melisa Alzugaray

Es Licenciada en Crítica de Artes, mención Danza (Universidad Nacional de las Artes, Buenos Aires). Forma parte del grupo de investigación “Danza-tec: escrituras e inscripciones del cuerpo tecnológico en múltiples soportes y escenas” que dirige Silvina Szperling en el marco del Instituto de Investigación en Arte y Crítica. Además, se dedica al estudio de diversas artes escénicas y del movimiento.

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