Rocas. Dirección: Margarita Bali. Bailarines: Ricardo Andres Baigorria, Carlos Osatinsky, Juan Salvador Giménez Farfan, Fernando Nicolás Pelliccioli y Carla Rimola. Vestuario: Monica Toschi. Cámaras: Juliet Mc Mains y Wanda Lopez Trelles. Asistente de video: Agustina Piñeiro. Asistente de sonido: Gabriel Gendin. Sala 203, Palacio Libertad (ex CCK). Imágenes: gentileza Palacio Libertad.
Dejo a los varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan
Jorge Luis Borges, El jardín de senderos que se bifurcan.
Desde que cambió su impronta, no volví al edificio del viejo Correo Central. Tengo nostalgia de las imágenes que ya no están, un ideario que cambia dando lugar a otros imaginarios dentro de los cuales la cultura, en sentido amplio y profundo, es devaluada. Palacio Libertad se llama ahora, el mismo lugar que antes funcionaba como Centro Cultural Néstor Kirchner.
En esta coyuntura no puedo dejar de nombrar la extrañeza que me generó entrar a un espacio vacío de gente. Transitando entre los pasillos, entre las pocas muestras de artistas visuales que pude ver, ciertamente, tampoco encontré las filas en la puerta de las salas que supo haber tiempo atrás. Pienso que la cultura artística va quedando acorralada.
Entre las habitaciones de un edificio histórico que, en tanto centro cultural, se ha dedicado a la transmisión y fomento de la cultura en el ámbito público, encuentro, resistiendo, medio escondida, la proyección de Rocas, una obra visual de video expandido de Margarita Bali, que forma parte de la trilogía en videodanza: El hundimiento del Catay, junto con Agua y Arena, ganadoras de ocho premios en el país y en el extranjero. Rocas fue filmada en la costa agreste de La Pedrera, en el partido de Rocha, costa atlántica uruguaya donde naufragó, en 1977, el atunero chino, Cathay VIII.
Una vez dentro de la sala, me vienen al pensamiento reminiscencias de una Argentina, no todas, construída a orillas del río, tal vez entre tangos e inmigrantes. Son cuatro hombres y una mujer. Ellos, hombres vestidos de traje, llegan y buscan algo entre las rocas, subidos sobre superficies irregulares para mirar en lontananza. Con sus atuendos, estilos y gestos de movimiento componen una narrativa. Ella, medio humana, un poco sirena, algo gaviota, se erige de blanco. Solitaria, atraviesa cual fantasma inalcanzable las pantallas, mientras los hombres roca quedan suspendidos, inertes al borde del mar. ¿Alguien la nota en su evanescente discurrir?
Rocas es una obra que se emplaza sobre una pantalla dividida, colocada en forma apaisada, lo que nos permite ver distintos videos proyectados en forma simultánea con focos de imagen que alternan sus secuencias. Cuando la imagen es completa, abunda el mar en el video expandido. Desde mi lugar de espectadora puedo contemplar el movimiento de los cuerpos en tamaño real abriendo sus danzas entre los riscos de una playa agreste. Para escribir este texto, me pregunto cómo componer y enlazar las imágenes, sensaciones y colores que se me suscitaron. Pienso que la obra aparece en la mixtura de la danza con la naturaleza de paisajes acuáticos y la composición audiovisual, este procedimiento, el de las relaciones, me permite abordar la obra como si se tratase de hilvanar las percepciones y conjugarlas en estas palabras. Un torrente, una abundancia.
Los cuerpos se adaptan a las superficies redondeadas de las rocas. Las manos y pies se apoyan para moverse allí, mientras la mirada converge en el horizonte, el viento se entremete en los rostros y la lejanía los inunda de nostalgia.
Imaginarios seres del mar y del cielo. Narran y no narran, cuentan acerca del movimiento o de la forma en que nadan los peces, cómo portan sus colores magníficos, o tal vez, simplemente, muestran su naturaleza de espuma.
El punto de vista
La misma escena en diferentes focos, la que mira es la cámara, que cambia los puntos de vista. Un mismo acontecimiento es mostrado desde distintas perspectivas y temporalidades. Se narran, entonces, dos relatos disímiles de aguas marinas, que se retiran permanentemente o bien que nunca cesan de regresar. Ella de negro y blanco, de luto y fantasma, transita los cuerpos que despiertan cuando la espuma pasa. Bailarines volviéndose un cuerpo paisaje practican una danza con rémoras del tango y los años veinte en el vestuario, aunque sus movimientos son de este tiempo, los de la danza que piensa la danza. Las formas que plasman hablan para mí, hablan de cuerpos de este tiempo en aguas cambiantes.
Ella es un ser plural, en ninguna de sus fases se encuentra con la mirada de los otros, sus ojos avanzan sin contacto, extraviados en una lejanía que atraviesa el aire. El diálogo se produce en el movimiento, con percepciones del cuerpo del otro, una intuición o estela que queda suspendida como un halo, casi sin conciencia. El vestuario es el de las piedras, con incrustaciones de broderie, transparencias minerales y caída de algas.
¿Y ese pájaro de plumas en punta? Atraviesa el aire desde la cima, un promontorio. La piel y los senos de sirena junto al rojo premonitorio de la sangre y la pasión dan lugar al vínculo.
Humana al despertar, tranquila, con el rostro salado hacia el sol, descansa en la orilla del cuerpo sereno. O tal vez es de mineral, y una mano repasa su superficie, se desliza por el esternón que deviene carmín. Luego, el arrecife de coral, de verde razado con tornasol negro, escamas de tela, me deja creer en la cola de un pez apenas cubierto de transparencia, blanquecinos y violetas, la fiesta con azul entre las rocas, la ondulación serpenteante y espiralada de todo lo que hay en la naturaleza.
Plateados reflejos del agua. Movimientos del océano que hacen desaparecer los nombres propios.
Naufragio
Estela blanca que oculta una perla, ondula elástica frente a la aridez del médano. En el esfuerzo por ascender, van grabando marcas cuya esencia es la del borrado, mientras la arena hunde y abriga los pasos en la tibieza. Es la tarde madura, lo sé por el sol casi naranja en tu rostro, y alrededor, el cielo de azul profundo.
Una danza en las rocas.
Superficie lunar,
protuberancias,
agujeros y grietas.
Hombres en el espacio
como piedras y golondrinas.
Ella lleva el rojo, él algo de azul. Ahuecan el paisaje con la percepción. Emergen entre la música, mezcla de misterio y suspenso con nostálgicos vientos de trompeta, dejan entrar un recuerdo de dos por cuatro en las ondulaciones acordeonadas.
Ella del brazo en el brazo de agua que dispuso el océano. Quien mira desde lejos penetra en el paisaje a través del luto, texturado con lo negro de los relatos entremezclados.
Ella siempre con una cartera colgada, los gestos y expresiones en sus manos mueven el cuerpo marino. De la oscuridad de su traje ajado se abre la piel brillante dejando entrever fragmentos de su superficie.
Ella entre hombres propone un juego de erótica tristeza perdida entre las rocas, atravesada por el ave que perfora el cielo y el cuerpo con su vuelo filoso.
Tres pantallas, varias perspectivas, un mismo hecho en distintas temporalidades. Esta obra es borgeana por momentos, con notas del El Jardín de senderos que se bifurcan, y también, cuando atardece, entre sombras y luces, se entrama la imagen de la orilla, ese borde difuso, límite entre lo que es un cuadro vivo y la narrativa de época.
¿No es cierto que cielo y espuma blanca terminan en el mismo punto? ¿O nacen?
Soledades y desencuentros. Pensamientos que se dejan ver en la mirada de alguien, unx, que avanza, y otrx que es el mismx permanece quietx ¿En cuál otra realidad?
Pruebo hoy el rapto de la escritura, de mi escritura en la espuma multiplicada.
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Imagen principal: Fede Kaplun