El murmullo de las casas dirigida por Tatiana Sandoval. Performers: Angela Babuin, Gabriela Baldoni, Rocío Celeste Fernández, Bárbara García Di Yorio, Romina Laino, Josefina Sabaté y Baudron, Jennifer Toledo Puga. Creación: Compañía cuerpoequipaje. Coreografía y texto: Tatiana Sandoval. Diseño de vestuario: Pheonia Veloz. Diseño sonoro: Cecilia Candia. Multimedia: Gabriela Baldoni. Música original: Cecilia Candia. Arte En Video: Gabriela Baldoni. Diseño gráfico: Gabriela Messuti. Asistencia De Producción: Jennifer Toledo Puga. Asistencia de dirección: Micaela Irina Zaninovich. Producción ejecutiva: Rocío Ferrer, Micaela Irina Zaninovich. Colaboración coreográfica: Angela Babuin, Rocío Celeste Fernández, Bárbara García Di Yorio, Romina Laino, Josefina Sabaté y Baudron, Jennifer Toledo Puga. Plataforma Zoom (escenario), Plataforma youtube (platea). Función: 09/08/20. Próximas: 30/08/20 (reservas: alternativa teatral).
Se abre el telón (es decir, hay un fade in de negro hacia una imagen rectangular que aparece en mi pantalla); la butaca es cómoda (el sillón naranja de mi living, del lado de la ventana por la que entra una -todavía tenue- luz de luna. El escenario está sobre mi regazo); se deja ver una pared blanca, una puerta a la derecha y entra una mujer (mientras tanto, tomo mi café calentito y el perro -disimulado- se sube al sillón y se acuesta a mi lado); sobre la superficie lisa de la pared blanca, surge otro escenario/imagen y una otra pared -diferente de la primera-, otra puerta -esta vez a la izquierda- y otro sillón -rojo, no naranja-. Allí, una mujer diferente, que no soy yo, ni la de la primera pared, se mueve sobre el sofá colorado que es su escenario, y se entrelaza con unos libros que son sus partenaires. Un gato pasa, como desentendido, entre los libros intentando llevarse la atención de la protagonista. La mujer del primer escenario (es decir, del que tengo en mi falda) acaricia a la mujer del sillón rojo, la toca, duda (¿la toca a ella o toca su pared?), se sienta a su lado.
¿Podría yo, me pregunto, acariciar a esa primera mujer -a su vez- y, por qué no, también a la segunda, y transformarme entonces en parte del murmullo de caricias? ¿Qué tendría de distinto este tacto, esta -mi- mano, mi sillón, mi perro, de sus manos, sus caricias, sus sofás, sus libros, su gato?
(Mi café se termina, el perro se rasca detrás de la oreja y produce una vibración en mi butaca. Afuera ya aparecen las primeras estrellas.) Los escenarios de la pantalla se empiezan a multiplicar, pero no en profundidad, sino en extensión. De a uno, de a dos, van a apareciendo espacios de relatos.
Un pas de deux de ensueño, en el que una almohada cautiva a su partenaire forzándola a arrastrarse por el marco de la puerta, por la pared, por el piso. La atracción es tan fuerte que su única salida es la boca abierta de un placard, un escondite que la proteja.
Un enorme armario de madera concreta, densa, se convierte en protagonista de otro relato. ¿Cómo eludir semejante cuerpo, semejante porte? Imposible, solo queda aferrarse a él, recorrerlo, resignarse a que sus superficies nos reciban de buena gana y dejarse ir. Si cedemos, quizás nos abra sus puertas para descubrir sus tesoros ocultos y, con ellos, una variedad de mundos.
(Levanto la vista, rechinan los colgantes de debajo de la escalera y pienso: qué difícil hubiera sido subir a un escenario “real” ese armatoste…)
Escalera. Otro escenario en mi falda. Un espacio que ofrece tantos niveles como escalones para investigar. Otra mujer se deshace sobre ellos, se va deshilachando. Pero se recompone para pasar intrépida por entre los barrotes de la baranda (me da un poco de vértigo y quizás ya esté teniendo frío también).
(Agarro una de las mantitas del brazo del sillón y me refugio…) …cuando un gran ventanal de vidrio repartido, de esos que siempre nos dan ganas de tener, se presenta, en otro espacio, como una amplia escenografía lumínica que contrasta con la figura de otra mujer que no sabemos del todo si añora lo que hay del otro lado de los cuadraditos, o simplemente le agrada su textura.
Tuerzo mi vista hacia el último escenario. Un ballet de objetos tiene presa a la protagonista. Al mejor estilo de La consagración… (o eso me pareció a mí), un mate, un termo, una silla, la mesa y otros seres que por allí rondan la llevan de acá para allá, la tienen sin descanso, patas para el costado o con manos colgantes y sin fuerza, intentando salir con el mayor de los esfuerzos de ese ritual que todxs sabemos cómo termina.
Algo liga todos estos escenarios: ¿será esa primera mujer que, cual demiurga -o régisseuse virtual-, ordena los recovecos de sus (y de nuestras) cotidianidades laberínticas?
Tenemos, ahora, la oportunidad de escuchar los murmullos de cada rincón hogareño y la queja de todos sus integrantes por tanto tiempo de ausencia. Así es, ahora, la creación artística. Así es, ahora, la experiencia estética.
Y cuando, de a poco, en mi regazo, todo va volviendo a su vacío habitual, recorro la pantalla con mis ojos, como acariciando con la mirada por última vez ese tejido hecho de rectángulos de espacios lejanos. Me detengo a oír…
(…y me pregunto: ¿qué rincones de mi casa podrían transformarse en escenarios? Veo, desde aquí, la escalera y su recodo que gira en noventa grados y que desaparece altiva hacia el lavadero, vuelvo a ver el sillón naranja y el fondo violeta teñido de oscuridad, la silla de palets con su textura porosa, el hueco de luz triangular que se forma entre la mesa y la biblioteca…)
¿No son ya esos espacios pequeñas escenas de la vida cotidiana?